Diario de León

el mirador ANTONIO SOLER

Aquelarre

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L a derecha vivió con alegría la debacle de la ley de amnistía. Al fin Pedro Sánchez encontraba en Puigdemont alguien de su medida. El Gobierno humillado y Sánchez con las orejas gachas por una voracidad y un egocentrismo capaz de medirse con el suyo. Ese era el alborozo con el que muchos festejaron el martes la estrategia de Junts. Sin embargo está por ver que allí donde unos ven la rodilla en tierra del presidente del Gobierno no suponga un nuevo revulsivo para alguien nacido con la cualidad de saltar con pértiga los contratiempos. No es que se supere ante las adversidades, es que se alimenta de ellas. Y puede volver a ocurrir. Al menos cabe una firme posibilidad.

Si las bases de Junts hacen que Puigdemont rebaje mínimamente sus exigencias y el PSOE se acomoda al nuevo marco, los ministros de Sánchez se lanzarán con avidez a los micrófonos para cantar salmos sobre la resistencia de su líder ante el chantaje de los independentistas, desmintiendo así la larga cadena de recriminaciones que se le han estado haciendo desde que se formó el absurdamente llamado «bloque progresista». Quedará demostrado que el Gobierno no cede y que la derecha miente. Ya no podrán acusar a Sánchez de plegarse ante Puigdemont. Ya podrán tragar saliva todos esos miembros de las bases socialistas, simpatizantes y prosanchistas hasta ahora con el mundo en la garganta. García-Page, Felipe González y por supuesto toda esa ralea del PP (que a ojos de los socialistas más voraces no es otra cosa que una rama de Vox) tendrán que tragarse su maldiciente verborrea.

Todo dependerá de lo que se decida en los próximos aquelarres de Waterloo. Allí se barajarán las distintas opciones y en su libro de contabilidad electoral sopesarán los pros y los contras de mantener el órdago o avenirse a unas concesiones que evitarían el desgobierno nacional en un futuro cercano y la temible llegada al poder de un PP que liquidaría de un plumazo el protagonismo que desde julio ha adquirido la entonces anémica formación de Puigdemont. Así que, por poco que guste, lo que se decida en Waterloo acabará influyendo en la política nacional. Los fundamentalistas de Junts tendrán que optar por predicar en el desierto el saqueo de Cataluña por parte de España, culpando al resto del país por todas sus desgracias (incluida la sequía, naturalmente), o darle un soplo de vida al PSOE porque esa es la única forma de mantenerse a sí mismos con aliento. Si los acontecimientos de los próximos días van en esa o en una dirección parecida, el festejo de la derecha quedará pasado por agua y Sánchez volverá a demostrar una vez más que lo que no mata engorda.

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