Diario de León

Canto Rodado

El tren lento y la paz

El tren lento es como la lenta marcha por la paz, ¿una quimera?, que se desplegó desde Atocha a Plaza de España contra el genocidio en Palestina

Publicado por
Ana Gaitero
León

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E n el tren lento se oyen nombres con ecos de lejanos tiempos, como Navalperal, y se escuchan balbuceos de bebés que se llaman Abril o Avril y Biorj. En el tren lento se siente el traqueteo y un chillido intermitente envuelve el viaje en medio de la noche. Al tren lento, con el nombre de León en su frente, le despiden las traviesas erguidas en vertical y teñidas de color por Agustín Ibarrola en la estación Príncipe Pío. La vieja estación del Norte reformada que conserva su marquesina y el nombre de una montaña sobre la que se derramó sin parar la sangre del pueblo madrileño, en los fusilamientos del 2 al 5 de mayo de 1808. Veníamos en el tren lento de intentar parar otra guerra más.

En el tren lento viene mucha gente. Tres chicas con una bebé que se queja de vez en cuando, un muchacho que cuenta a su madre, y de paso a todo el vagón, lo que ha hecho durante el día, estudiar, comer y bañar a los perros y a la coneja. Un hombre más mayor que lee y subraya. Un chico que come un bocadillo con un fuerte olor a una salsa que no reconozco. La chica con la capucha negra en la cabeza no despega los ojos del móvil. Hay gente que pasa a otros vagones. El tren lento es una opción para viajar sin grandes gastos. Y para leer y gastar el tiempo sin más complicaciones. En el tren lento da tiempo hasta soñar sin tasar los segundos e ignorando la prisa que agita los cañones de la guerra genocida. El tren lento es como la lenta marcha por la paz, una quimera, que se desplegó desde los grandes corazones de la gente pequeña, lentamente, desde Atocha a Plaza de España, para decir basta ya al genocidio en Palestina. Miles y miles de voces y el doble de manos y pies ignorados que llegaron en trenes lentos, autobuses baratos y llenos de esperanza con gentes de toda España, razas y religiones. Familias palestinas y jóvenes españoles que se unieron a la solidaridad del Madrid periférico y luchador, a la determinación de Martín Sagrela, ciudadano del mundo de 88 años, que repartía carteles con la enseña de la paz y frases sabias a raudal.

¿Tiene más sentido ir despacio y disfrutar de momentos insustanciales o que nos maten a base de tanto correr?

El tren lento aligera equipaje cuando enfilan sus raíles hacia las tierras vacías, al dejar atrás la estación de Valladolid. No es políticamente correcto hablar del tren lento, ahora que todo el mundo corre con el Ave. Y menos para volver de Madrid o ahora que la Variante de Pajares ha convertido el trayecto a Oviedo en el equivalente a un viaje largo en metro por Madrid, Londres o Barcelona.

Es ir contracorriente, sí, pero quizá el tren lento sea la antesala de una era que pide ir más despacio, sin prisas, saborear la vida en sus instantes insustanciales y tan llenos de sentido. Porque lo que no tiene sentido es que nos maten a correr. Que sigan matando en Palestina. El tren lento es un discurrir con paradas en las estaciones, de sube y baja de viajeros y viajeras, intervalos de paciencia y sosiego. Encuentros fabulosos. Y una meditación por la paz.

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