El gazpacho de Ségolène
E n medio de la revuelta de los agricultores franceses con las naranjas, los tomates y el vino de procedencia española esparcidos por las carreteras al otro lado de la frontera, Ségolène Royal, una veterana política socialista, decía en la cadena de TV BFM que los tomates españoles bio son «incomibles». Que son falsos bio y que no respetan las limitaciones fitosanitarias francesas.
Esta ‘Pasionaria’ de la política gala, especialista en pisar todos los charcos, estaba a punto de anunciar su intención de liderar una lista de unidad de la izquierda a las elecciones europeas. Aunque su carrera política no atraviesa el mejor momento, no hay que olvidar que Royal ha sido ministra de Medio Ambiente de Macron y su voz tiene una audiencia importante en la opinión pública gala.
Y sabe que el guiño a los agricultores jaleando la nueva leyenda negra sobre los productos españoles es siempre una apuesta segura para rebañar votos campesinos. Es lo que se ha llamado ya ecopopulismo.
Durante años ha hecho sino alimentar el caldo de cultivo de una política medioambiental puramente ideológica, sin tener en cuenta ni razones económicas ni argumentos científicos. Una ola ecologista que ha captado importantes espacios electorales convirtiendo a los Verdes en partidos decisivos para conformar mayorías de gobierno y en el Parlamento de la UE, sobre todo de la galaxia progre. La pregunta es a qué precio están pagando los campesinos y ganaderos de la Unión Europea la obsesión verde. Porque el postureo medioambiental, bio, eco, sostenible, es relativamente fácil de mantener en época de las vacas gordas.
La fruta eco, las hortalizas bio, el queso sostenible, la leche de vacas criadas con establos de aire acondicionado y música clásica se pueden mantener cuando el cliente paga a 20 euros el kilo de tomate.
Pero cuando los combustibles para el tractor se disparan de precio, los sueldos de los clientes se congelan, las normativas medioambientales de los burócratas de Bruselas se convierten en un campo de obstáculos imposible, todo el castillo de naipes del planeta ideal y el campo profiláctico, puro y pasteurizado, se desmorona.
Además, el ecopopulismo que en España llegó con el inefable ministro de Consumo Alberto Garzón, vive cabalgando las contradicciones, porque no sólo asfixia al campo con una montaña de limitaciones y normativas que dificultan y encarecen sus pequeñas explotaciones, sino que también quiere rescatar al Tercer Mundo.
Es decir, una agricultura, cara y libre de fitosanitarios agresivos que inunde los mercados europeos de productos con origen en países que no tiene la más mínima limitación sanitaria para sus mercancías.