Diario de León

Las cesiones crecen, el bien común retrocede

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Q ue la Junta de fiscales le quita la razón al fiscal general del Estado, se hace caso omiso. Que los informes del Consejo de Estado y del Consejo del Poder Judicial molestan, se elude consultarlos. Que algunos jueces justos insisten en aplicar la ley, se buscan las triquiñuelas para no aplicarla y desacreditarlos por todos los medios posibles, incluso desde el Gobierno. Que la mayoría de los expertos ponen en duda la constitucionalidad de determinadas medidas, el presidente del Gobierno «garantiza» la constitucionalidad de la norma, a la espera de que «su» Tribunal Constitucional lo haga.

Que los tractoristas colapsan las carreteras y amenazan con colapsar el país para defender sus justas reivindicaciones, en el Congreso se discute sobre la amnistía. No se trata de preservar los principios correctos ni de gobernar para todos sino de garantizar el resultado conveniente para los intereses de unos pocos. Si para ello hay que crear sociedades sumisas, se hace. Que la verdad es incómoda, se impone una visión parcial o unilateral y se intimida con una mentira repetida tantas veces como sea necesario.

Dice un profesor y economista ruso afincado en Paris, Sergéi Guriev, que el objetivo de los nuevos dictadores es monopolizar el poder político y que un gobernante hábil puede controlar y reconfigurar las creencias de su pueblo. Son dictadores de la manipulación. Pero no hace falta ser dictador para hacerlo. Trump es un ejemplo claro. También algunos de los gobernantes, democráticamente elegidos, de ciertos países hispanoamericanos que hace unos años trataban de copiar la vía de consenso de la transición española y ahora caminan en una peligrosa deriva populista.

Pedro Sánchez, expulsado en su día del PSOE, volvió para hacerse con el poder absoluto y lo monopoliza mediante la laminación interna de los disidentes, la ocupación de las instituciones, la colocación en las empresas públicas de peones de su absoluta confianza, el asalto o amenaza a las privadas, el retorcimiento de las leyes, la distorsión permanente de la información y las cesiones crecientes hacia sus socios. Sin otro proyecto que el de resistir todo el tiempo que sea posible, atado de pies y manos por sus socios de Gobierno —cada vez más divididos, más inoperantes, con un populismo destructivo— y de investidura.

Sin respeto al interés general, al bien común, el presidente del Gobierno protagoniza una regresión democrática y de los principios constitucionales que sólo puede acabar mal ya sea por la presión insostenible de quienes sólo buscan eludir sus responsabilidades y sus delitos, bien por el hartazgo de una sociedad polarizada y pasiva y de unos medios de comunicación cada vez más debilitados y menos independientes.

De esto se aprovechan los políticos: hagan lo que hagan, digan lo que digan, la sociedad sigue su camino, trata de disfrutar todo lo que puede, se enoja en el bar o en la tertulia con los amigos, alimenta otro populismo nostálgico de tiempos felizmente pasados, olvida los valores que la habían hecho fuerte y no hace nada. Deepak Choprra dice que «parece que estamos caminando sonámbulos hacia la extinción. Somos robots biológicos».

¿Seremos capaces «de resistir a la intimidación de toda mentira blindada como verdad y al contagio de toda embriaguez colectiva» como pide Edgar Morin? ¿Seremos capaces de dejar de hablar de lo que solo beneficia a unos pocos delincuentes y sentarnos juntos, por encima de las ideologías y de los partidos, a trabajar por lo que preocupa a casi todos, desde la tragedia del campo al problema del agua, de la sanidad a las pensiones, de una justicia realmente independiente a una educación de calidad y no sectaria? Esta crisis es una crisis de valores y de convivencia y si no actuamos, la democracia puede sucumbir al desgaste.

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