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A mancebados durante décadas con el poder autonómico, que les puso un piso con la cortada del Diálogo Social para asentar el tálamo de las subvenciones y los chiringuitos de los cursos de formación a medias con las patronales, los sindicatos acaban de encontrar de pronto el gustirrinín a manifestarse contra el gobierno de la Junta. Nunca es tarde para encontrar una vocación. Aquella «primera gran movilización sindical y social en 39 años de vigencia del Estatuto de Autonomía», como ensalzó la marcha del 27 de noviembre de 2022 el líder de CC OO, Vicente Andrés, sin darse cuenta de que en el pecado llevaba la penitencia, recibió este sábado una segunda entrega para los que se perdieron el estreno. Si la primera apenas juntó a poco más de medio millar en la capital leonesa, apenas los que les va en el sueldo, y por el estilo en el resto de provincias, la segunda concentró todos los esfuerzos en Valladolid para reclamar «respeto por Castilla y León», donde se contabilizaron 4.000 asistentes, incluidos los que aprovecharon los buses gratuitos para comprar en Ikea.

La escenificación muestra el escaso peso de los sindicatos autonómicos en el tejido social. No se los cree nadie, aunque ahora quieran disfrazarse de garantes de los derechos colectivos que hasta ahora no habían visto en peligro por las políticas de los gobiernos de la comunidad. Su papel de agitadores de última hora se vende menos aún en León, donde CC OO ha colocado como líder a una paracaidista a la que le tocó el puesto en el concurso de traslados, tras la depuración estalinista a Xosepe Vega por su deriva leonesista, y UGT maniobra para purgar a Enrique Reguero por no someterse al dictado de Valladolid; cómo van a reclamar respeto, si empiezan por no tenerlo con la provincia leonesa.

La chirigota sindical, con el PSOE de Tudanca de guionista, permite apuntarse el tanto a quien se fijaba como blanco del ataque. Vox se convierte en vencedor sin hacer nada, justo lo que mejor se le da al vicepresidente de la Junta, Juan García-Gallardo, erigido en protagonista de los premios Goya por llamar «señoritos» a los cineastas, exigirles que defiendan al campo y acusarles de subvencionados. Sabe bien de lo que habla: él, que no tiene siquiera consejería y clava el papel del Ivancito en Los Santos Inocentes , se merece la estatuilla. Pero el galardón a la mejor película, para los sindicatos por Los lunes al sol de 41 años de autonomía .