Paisaje sin figuras
F ue Azorín quien afirmó que “el paisaje es el hombre”. Lo cierto es que, al margen de la autoría, hay frases/ideas que, con el paso del tiempo, adquieren más valor, nuevo valor al menos. La añadidura está en el libro que Antonio Gala publicó con el título Paisaje con figuras , más tarde convertido en una serie televisiva: con guion del propio Gala y la dirección de Mario Camus, cada episodio estaba dedicado a una figura representativa en el momento cumbre de su vida en el paisaje donde sucedió. Necesitamos el paisaje como referente también de la memoria. Quizá dicho de otra manera, la figura humaniza, embellece posiblemente el paisaje, este adquiere la dimensión de referencia que lo hace singular. Cualquier paisaje, el cotidiano y el que deslumbra y activa los sentidos, sorprendidos por la presencia inexplicable de la belleza.
Cuando alguien, sobre todo si está lo suficientemente entrado en años, pasea, camina o se pierde por las ciudades y los pueblos que ama o habita, posiblemente ambas cosas a la vez, seguramente echará en falta muchas de las figuras que un día fueron elementos esenciales de su paisaje. De ese paisaje que nos pertenece. En no pocos casos, por la desaparición definitiva El recuento de las ausencias es un ejercicio vinculado especialmente a la edad. En otros casos, sin embargo, las ausencias las marcan los desplazamientos: son las ciudades y los pueblos humanamente empobrecidos, habituados a la diáspora activa que convierte los paisajes sin figuras en recuerdos difusos. Posiblemente los años conducen con más facilidad a la melancolía. El asunto se agrava, aunque sea esta afirmación hiperbólica porque todo depende del carácter y del pulso vital y personal, cuando el paseante entrado en años no advierta en su recorrido un saludo cercano, una mirada amiga, un breve intercambio de palabras, acaso una simple sonrisa acompañada de una mano que se levanta fugaz… Es este seguramente el síntoma definitivo de pertenencia a otros tiempos y distintas estructuras. Un cierto síntoma de la soledad que la sociedad ejerce sobre nosotros.
Envejecer es difícil, sobre todo si se es consciente del proceso. La curiosidad permanente lo mitiga en alguna medida. Hay paisajes interiores que merecen mucho la pena y con frecuencia esconden paisajes de excelencia. Allí pueden estar también las figuras de los sueños. Tampoco es mal consuelo.