Diario de León

Seguridad y derechos humanos   Arturo Pereira

Españoleando

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H oy me siento con la necesidad de, como dicen los castizos, de darme un gusto al cuerpo, quiero presumir de ser español. Si miramos y escuchamos a nuestro alrededor con atención podemos llegar a la conclusión que estamos todos un poco cabreados. No es de ahora, los españoles periódicamente parece que entramos en una especie de esquizofrenia colectiva y despotricáramos contra todo lo humano y divino.

Ya en los tiempos gloriosos de nuestros Tercios, máquina militar sin igual de la época, siendo los dueños del universo, nos autoflagelábamos recitando a modo de breviario los males que aquejaban a la patria que eran muchos y de enjundia. No podíamos ser menos ahora que estamos menguados y una vez arrinconadas las cuestiones del honor, nuestras trifulcas son más prosaicas.

Pero creo que hay motivos más que suficientes para justificar un optimismo patrio y sacar el orgullo de ser español porque no hay patria ni lugar bajo el sol que la iguale. Tanto es así, que de continuo el Dios Sol para algunas culturas nos agasaja con pertinaces sequías desde tiempos inmemoriales.

Claro que también tiene sus bondades esto de que apenas llueva y las temperaturas allá por Levante sean más propias de mayo que de febrero. De esto se benefician especialmente los jubilados ingleses y alemanes junto con los equipos de ciclismo que aprovechan para hacer su pretemporada.

Sol y playa, no hay país en el mundo al que se le hubiera ocurrido un reclamo tan simple y tan eficaz, y es que en esto del turismo no hay quien nos gane. Si a ello le unimos el arte de los toros, valentía concentrada en la entrepierna (muy español) cabeza fría y pasión en el corazón, aderezada con un arte que solo los elegidos pueden escenificar, lo tenemos todo.

Y qué decir de nuestro fútbol. Referirse al fútbol español… no, perdón, al fútbol mundial y parte de otras galaxias es hablar del Madrid, del Real, claro. No quiero menospreciar a nadie pero, es muy nuestro ser quijotes y conceder méritos a quienes no los tienen en la misma proporción para no herir. Ni todo el oro de Moscú nos ha dado tantos réditos.

¿Se disfruta tanto la vida como en nuestra querida tierra? Tengo serias dudas. Trabajar no creo que trabajemos mucho. Sinceramente, creo que todos podríamos esforzarnos un poco más. Sigo sin querer ofender, pero lo cierto es que tanta fiesta, tanto puente, tanto descanso no parece que sea propio de un país que se asemeje en cuestiones laborales a una colmena de abejas, ellas siempre tan trabajadoras.

No se puede tener todo en la vida, entonces, o fiesta o trabajo. De lo que no cabe duda es que la fiesta se nos da muy bien. Tanto que todo el mundo, literalmente, viene a divertirse a España. Envidia que generamos porque no tengo la seguridad de que los equivocados seamos nosotros. Al fin y al cabo, tenemos ese dicho de que: —tanto, tanto, ¿para qué?— a lo que luego añadimos, —si todo va a quedar aquí— No le falta enjundia al dicho.

Yo estoy orgulloso de mis compatriotas y de mí. No estaremos en el ranking mundial en los primeros puestos de casi nada, pero tampoco estamos en los últimos de casi todo. Es un arte, el arte de entender la vida de forma contradictoria, no excesivamente reflexiva, pero sí generosa para con los demás y con nosotros mismos.

Los españoles somos solidarios, somos buena gente, ingeniosos, un poco chapuceros en todo lo que hacemos, divertidos, arriesgados y si nos desafían se nos hinchan en igual medida las gónadas masculinas que femeninas y somos capaces de las mayores temeridades. Somos únicos porque cuando brotó el primer español en esta nuestra Península Ibérica se acabó de configurar el universo. Más españoleo y a presumir de lo que somos.

Ser español es un privilegio de los que te hacen feliz necesariamente
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