Diario de León
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CORNADA DE LOBO GARCÍA TRAPIELLO

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Q uedar y juntarse al anochecer vecinos, familias o compadres para pasarle cuentas al día, meter dimes y diretes o entonar aleluyas si corre el jarro, ese quedar, digo, está presente en todo tiempo, país y cultura. El instinto social lo fijó así hace milenios. Y a ese juntarse lo llamó cada cual a su manera. Aquí se le dice filandón, pero también a su manera, no hubo acuerdo en el nombre ni en el qué: filorio, hilandera, serano, hila, calecho... cada cual con su cosita. Me piden de Madrid por harta vez que les hable de eso tan leonés del filandón por ser ya hasta marca de embutidos, restaurantes o confituras; y si el lector no objeta mi tediosa reincidencia en el asunto aquí le va lo que les dije: que el filandón es costumbre universal que tuvo en León sus variedades y una se ganó la excomunión decretada en 1735 por el obispo de Astorga « a cuantos acudieren a filandones ». Pero no son exclusivos de aquí, ni mucho menos un rasgo de identidad que te diferencie de todos, como le cantan aquí algunos con bandurrias etno-tecno. En toda velada familiar o vecinal -de Ferrol a Cartagena- se charlaba, se cosía, hacían cestos o se forgaba, echaban refranes o cantares, rezaban el rosario, se jugaba a las cartas, se leía en alto la prensa, se recordaban tiempos pasados, se inflaban leyendas, se murmuraba... y se aburrían infinito de tanto repetirse, lo normal, nadie se engañe. Y entonces la radio mató bien fácil al filandón. Tambien dije que el filandón que hoy llaman así nada tiene que ver con hilas o filorios, sino más bien con las veladas florales donde unos leen cosas (o aquí recuerdos) a gente que oye, calla y no dejan filandonear. Y que conocí tan sólo a dos que vivieron aquellos filandones, y ya muriéndoles su ser y la vida rural que los pedía. Ah, y que es urgente reconquistar y revivir los filorios que aborreció el prelado astorgano; averígüese de qué iban y páguelo la Diputación etnolírica; ha de haber ahí pachanga y mondongo y quizá sean gran alternativa a la tele o a bares cada vez más tediosos... o un método ideal para pacificar comunidades de vecinos guerrerines... ¡tate!

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