Globalización sin rumbo
Echar un vistazo al panorama internacional desde la mirada de quien no conoce los entresijos del asunto posiblemente conduzca a la convicción de que se está globalizando la violencia. Corren aires de pandemia de impunidad y las cúpulas del poder arrasan creyendo que para ellos nunca hay normas establecidas. El sometimiento a nada. Los crímenes contra la humanidad, convertidos en imágenes asumidas cada día, se suceden ante la indiferencia o los intereses. Gana límites la geografía de la brutalización, esa tesis popularizada por George L. Mosse. Es difícil entender hoy con cierta lógica y bondad el mundo en que vivimos.
Cuando acabemos este año en más de setenta países se habrán celebrado elecciones, de diverso calado por supuesto. En esta percepción global es posible -y ojalá, por supuesto, me confunda- que esto dé paso a un nuevo orden, a un panorama distinto al menos, y que en ese escenario la violencia sea uno de los ejes. Violencia contra los derechos humanos fundamentales, de la vida especialmente, que apenas si tiene valor en algunos ámbitos por la locura del dominio, del reparto de poder que algunos quieren ejercer, sin que ni siquiera hablemos de hambres, dolores y desamparos de regiones, etnias, religiones, cuya opresión casi siempre dificulta aún más la vida de los más débiles. La comunidad internacional no puede dar cheques en blanco, que con frecuencia se firman con el silencio, por muchos hilos secretos que cosan entramados de difícil o imposible explicación. El miedo colectivo se apodera de no pocas decisiones de cabezas de chorlitos que están o pueden subirse a las tarimas de la escena internacional. Llegarán también las decisiones sobre el agua, otra complejidad en un escenario sin calificativos.
Quizá estemos hablando de un obstinado atrincheramiento en las propias verdades políticas, con cada vez menos resquicios para el diálogo. Los valores llamados estratégicos cierran progresivamente más caminos éticos para el progreso de la sensatez y el humanismo.
Se advierte, creo, un intento de desglobalización frenada por la desconfianza. En el acento de los nacionalismos, la Europa de las individualidades nacionales apenas tendría peso en el concierto internacional. Menos, por poner un ejemplo, en África, que posiblemente dibuje el futuro, por su olor neocapitalista. Un síntoma es el peso que cada día ejercen en el continente sobre todo China y Rusia.