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Al trasluz Eduardo aguirre

Dormidos y despiertos

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A casi cualquier edad si duermes bien… te despiertas mejor. Pero ya en la sesenta tardas más en dormirte, y cuando por fin lo logras el subconsciente te sueña microrrelatos escalofriantes, y para eso casi mejor permanecer en vela. De niño, tu pesadilla más frecuente era que el ratoncito Pérez se chivaba a Melchor que fuiste tú quien pintó bigote al retrato de la bisabuela; en la adolescencia, que tu madre te tiraba los pantalones de campana; de veinteañero, que tu novia te dejaba por un lanzador de cuchillos; de treintañero, y hasta bien avanzada la cuarentena, que el Real Madrid bajaba a segunda; de cincuentón, que cerraba Patatas Blas… pero con un grito te despertabas y volvías a dormirte, incluso soñabas después algo grato, como que eras notario o el móvil de Jennifer López. Ahora, las noches son muy distintas. Tienes una pesadilla, te despiertas y empiezas a darle vueltas a todo. Ayer mismo, a las tres de la madrugada… ¿qué hacía este juglar de columnas pensando en escribirles algo acerca de las zapatillas deportivas Nunca te rindas que Trump ha lanzado al mercado, para recuperarse de las multas millonarias por sus delitos fiscales? Me dije: antes camino descalzo que calzármelas. Ni mi conciencia ni mis pies me lo perdonarían. Pero no eran horas, lo mismo lo pienso en horario diurno. De noche y de día, que Trump vuelva a gobernar es una pesadilla colectiva, no solo para los estadounidenses que voten demócrata.

También, claro, hay sueños buenos. ¿Quién no sueña que la vida fuese como un musical de la edad dorada de Hollywood? Un querido colega de la vieja redacción de Lucas de Tuy canturreaba a menudo esa de Good morning, good morrning to you, de Cantando bajo la lluvia, mientras le daban las tantas esperando las crónicas de los corresponsales. Ayer le llamé y le pregunté si se acordaba, me la cantó y bailó por el teléfono. Quien tuvo, retuvo.

¿Es León ya mayoritariamente una tierra de personas que abrimos el ojo a horas intempestivas? Puede. Pero algo sé, dormidos y despiertos, con los cerrados o con los ojos abiertos, bajo el sol o bajo la luna… no podemos vivir sin soñar que un mundo mejor es posible. Y como último recurso, siempre nos quedará ese invento nacional llamado siesta.