Antes gallego que...
M anda en el berciano de cepa vieja un xeito galego que le sale de natural por tanta estrecha vecindad y por sus maneras de ser, de hablar o edificar, de hacerse pueblo, laborar o recelar... y por sentirse más cerca del vecino al desconfiar de antiguo de la administración leonesa, tan lejana, tan mandona, tan listina (« Leonesa, vaite pur onde veniste », titulaba en portada a toda plana una revista escolar de Corullón en los 80 instruyendo ya a los rapaces). Y más ahora en que todos parecen perrear por afirmarse en una identidad que, si no ya fósil o esfumada, se obligan a reconstruir a la carrera o directamente inventar con arqueologías folkloristas y, así, equipararse a la identidad más patente en otros o situarse ante ella aparentando potencia y, por tanto, liberación de viejos yugos o nuevas jamostas. El Bierzo no es León-León. Dígase claro. Como mucho, un algo, un cacho, algún compartir, ¿un tercio quizá?... y mañana, del cuarto la mitad. Porque le pasa a León un poco de lo que le aqueja a España: mala vertebración entre distintos, viejas ganas de ser diferente y de divorcio. ¿En qué se parece un berciano a un terracampino, riañés o paramés?...
Así las cosas, y ante la expectativa poco probable de que León alcance un día autonomía regional o uniprovincial, no pocos exigen que el Bierzo sea entonces provincia como lo fue una vez un rato con capital en Villafranca. Afirman sondeos, además, que un tercio de bercianos dicen sentirse también leoneses, pero otro tercio se iría con Galicia y el resto deambula en confusión o desinterés. En la población joven que mañana tendrá voz y vara es donde cunde más el sentimiento diferencial y segregador. Otra cosa, claro, es que los gallegos acepten un nuevo bulto. Y no lo parece. Lo vi un día al concluir Fraga su día de pesca en el Condado. Antes de comer le bromeé: ¡le vendo el Bierzo como quinta provincia gallega, don Manuel!, ¿cuánto me da por él?, y me espetó un tajante ¡¡nada!! Lancé entonces mi mano para estrechar la suya con un ¡pues trato hecho!... y sólo me dijo ¡usted es que me quiere muy mal!