Diario de León

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Pocos árboles se ven en la capital leonesa que anuncien el final del invierno. Hablo de esos árboles que florecen cuando la nieve perezosa blanquea los picos y montañas al filo de la primavera y las ramas madrugadoras parecen nevadas de flores blancas. La voracidad urbanística fue robando huertas y granjas en las afueras y solo se ven árboles y arbustos ornamentales salpicando las zonas verdes. Árboles exóticos que no se acaban de aclimatar a la ciudad o a los que mata la savia el humo del tráfico o los pesticidas. Arboles cuya floración invisible desata las alergias y las adelanta en estos inviernos de frío intermitente y calor extraordinario.

La ciudad se afana en recuperar espacios peatonales, en grandes proyectos de calmado de tráfico con grandes cantidades de fondos europeos, sin dar una oportunidad a los árboles y cayendo en el mismo error de las primeras peatonalizaciones del casco antiguo, que se convirtieron en un arboricidio en el entorno de la Catedral y las principales plazas. A cuenta del calmado del tráfico el alcalde de León está alicatando la ciudad y los fabricantes de baldosas y leoncitos de colores andan la mar de contentos.

Salvo algunas hileras de árboles en el último tramo peatonalizado de la avenida Padre Isla o los que se conservan en Ramiro Valbuena, el resto es un desierto adoquinado que se expande por San Agustín o el último rincón de Federico Echevarría al lado de Feve. O, como en Ordoño, plantan unos tiestones que nunca darán sombra ni frescor al tórrido verano. Igual que las macetas rojas que han bailado desde el casco antiguo a la avenida de la Universidad. No prosperan, solo son un canto al despropósito urbanístico y alegría para el bolsillo de quien vendió las macetas gigantes.

Una de las medidas básicas para afrontar el cambio climático en las ciudades es aumentar los espacios con sombra y las fuentes. En León, los diseños urbanísticos lo ignoran. En su lugar ponen bancos imposibles de usar en invierno, porque sus pétreos asientos hielan el trasero del leonés más aguerrido, y son freidoras expuestas a la solana en verano. En la calle Carreras se podrán freír huevos sobre estos bancos que, para más guasa, parecen de vecinos enfadados dándose espalda.

El alcalde está empeñado en contratar a un alto cargo de emergencias. Yo creo que urge un buen jardinero o jardinera con rango para medirse con urbanistas adictos a la piedra y poco sensibles a la naturaleza. En La Palomera hay uno de esos árboles que dan flores cuando el invierno está a punto de acabar. Es como un reloj de la naturaleza que nos alienta con esa vida inesperada en medio del frío. Me temo que está condenado, igual que el chalecito ruinoso que un día debió de ser casa de campo en las afueras de la ciudad y ahora es molesta casa ocupada. Nos ponen, un poco más allá, el jardín de las Tierras Leonesas. Miedo me da el pomposo nombre.

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