Empate a nada
V einte de junio de 1980, Lou Reed va a tocar en el campo del Moscardó en Madrid y se retrasa una hora en salir al escenario. Esa hora fue suficiente para que ese Madrid de los 80 que abarrotaba el campo hubiera consumido lo muchísimo que se consumía en esa ciudad que, desatada tras muchos años, empezaba a ser un rastro de jóvenes consumidos de consumir que, pocos años después, la convertirían en un dominó de cadáveres de la heroína. Cuentan que Lou había pillado el típico atasco del viernes en la M-30 y llegó enfadado, y quién sabe si también drogado como acostumbraba entonces. Salió al escenario, cantó apenas media canción desentonada antes de que alguien le tirara algo a la cara. Lou se negó a continuar el concierto y se volvió al atasco. Fue entonces cuando todo se desmadró, el público comenzó a trepar al escenario vacío y a destrozar los instrumentos. Durante los dos años siguientes fueron muchos los cantantes internacionales que vetaron a Madrid de sus giras tras este incidente por considerarla una ciudad peligrosa. Les cuento esto a raíz de la cantidad de falsos nostálgicos que ahora reclaman los 80 como un paraíso que nunca fue y lo contrastan con una supuesta falta de libertad actual. No creo que, salvo aquellos desmadrados del concierto de Lou, se sintieran más libres que ahora muchas de las personas que trataban de vivir una vida normal en un país que aún tenía muchos pasos que dar en cosas de igualdad, pero me resulta sorprendente esa ensoñación que se suele coronar con la frase: «Es que ahora no se puede hablar de nada». Creo que jamás ha habido mayor posibilidad de hablar de cualquier cosa que ahora. Y no me estoy refiriendo ya únicamente a este país. Basta meterse en redes para leer auténticas salvajadas en forma de opinión. Puede uno, sin mucho buscar, leer cómo se defienden posturas anticientíficas, acciones violentas, actitudes corruptas. ¿Qué ha cambiado entonces para que haya personas que se sientan poco libres de expresarse? Creo que simplemente ha cambiado la posibilidad de que te la rebatan. Hasta hace nada tus opiniones se quedaban en el marco de lo íntimo, podías, como mucho, conseguir que un periódico publicase tu perorata en esa sección que casi nadie leía. Ahora esa opinión llega a todo el mundo y eso mismo la expone a que alguien te la critique. Se puede decir de todo pero sabiendo que ahora alguien puede responderte. También puedes callártela si piensas que rebatirte es censurarte. Porque probablemente tú rebatas otras opiniones y el autor se sienta censurado, pero no es así, no es censura, es, simplemente, absurdo combate que siempre acaba en empate a nada.