En un mundo imperfecto
U na valla de seguridad evitó la caída de un autocar con 25 niños al pantano del Porma. Quedó en un gran susto, aunque la distancia entre este y la tragedia fue demasiado escasa. Todo pudo cambiar en segundos, pero no cambió. Supongo que las familias todavía estarán mirando agradecidas al cielo. Ah, todo es frágil en la vida, salvo nuestro amor. Los finales felices no abundan, pero tampoco se han extinguido. Los pequeños —entre 8 y 10 años— lo habrán vivido como una aventura, pero un día lejano, ya de adultos, de un rincón de la memoria les irrumpirá el recuerdo para hacerles comprender que pese a todos los sinsabores, la valla protectora siempre está ahí, bajo muchas formas posibles, incluso como dolor. Sigamos la ruta. Leo en el periódico esta afirmación de Andrea Bonecco, consultora de Recursos Humanos: «No podemos esperar a que el mundo sea perfecto para ser felices». Y uno mismo añade: «ni para hacer felices a los demás». Es más, aun añadiría: «No debemos esperar a que nuestra felicidad sea perfecta para disfrutarla como si lo fuese». Sigo leyendo, ahora sobre el último caso de corrupción, quizá sea más realista calificarlo del penúltimo. ¿Qué clase de monstruos pueden enriquecerse en una pandemia cobrando comisiones ilegales por mascarillas inutilizables, indiferentes al sufrimiento de millones de personas? El mal es oscuro, pero nada misterioso. Siempre previsible, consta solo de un puñado de manidas debilidades, siempre las mismas desde que el mundo es mundo, con la avaricia a la cabeza. Prefiero el misterio del autocar que milagrosamente no cayó al Porma, me permite tener esperanza.
La corrupción política siempre es reprobable, pero en tiempos de sufrimiento colectivo resulta además monstruosamente obscena. Me viene a la memoria el perverso Harry, de la película El Tercer Hombre, capaz de traficar sonriente con penicilina adulterada. Algunos malos caerán, otros no. Son las reglas que ellos mismos nos imponen. Pero aún hay mucho bien que se niega a ser vencido, en este mundo imperfecto. El amor es, fue y será nuestra valla protectora.
Un autocar con 25 años casi cae al Porma, pero no cayó. Un final feliz nos hace felices en este mundo imperfecto. Gracias, valla protectora.