Andanzas
D ebemos agradecer a la vicepresidenta primera del Gobierno, María Jesús Montero, el rigor filológico con el que el miércoles definió este tiempo político. Tomó la palabra en el Senado y con gran facundia aseguró: «La legislatura continúa su andanza». Es, sin duda, la palabra correcta. Nos informa el Diccionario de que andanza es la «acción de recorrer diversos lugares considerada como azarosa» y propone bellos sinónimos para no repetirnos: aventuras, vicisitudes, peripecias.
Tiene andanza un aroma a novela picaresca y resulta difícil no ver en Koldo a un nuevo Rinconete, más gordo quizá y con otra dieta, pródiga en gambas y nécoras, y percibo destellos del Lazarillo de Tormes en el Puigdemoncillo de Waterloo. En el tratado quinto del Lazarillo incluso aparece un vendedor de bulas, astuto y hábil, «el más desenvuelto y desvergonzado», que va repartiendo indulgencias y perdones a cambio de limosnas, y algo de eso me quiere sonar. Está siendo la andanza de la legislatura muy entretenida, casi tanto como los enredos del Buscón don Ábalos, y hasta en las edificantes prédicas de Yolanda encuentro ecos de fray Gerundio de Campazas. Volvemos al Siglo de Oro y solo espero que se aclare pronto la situación del monarca padre, no vaya a ser que la morisma lo tenga preso y tengamos que ir a rescatarlo a los mares arábigos. Habrá que preguntarle al caballero don Froilán, que maneja con soltura los arcabuces, si su abuelo está allí por gusto o penando alguna trapisonda. Qué hermoso y reconciliador sería verlos a todos juntos paseando un día por Barcelona, «patria de los valientes y venganza de los ofendidos», según dice don Quijote.