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El feminismo no está dividido. Está en pleno progreso generacional en el que la evolución lógica y necesaria, aparejada a los cambios sociales y culturales, empuja hacia adelante un movimiento imparable que ha conseguido grandes avances para toda la sociedad, pero al que le queda todavía mucho trayecto por recorrer. Nunca le pregunté a mi madre si era feminista, seguro que no hubiera sabido qué contestar o su respuesta inmediata hubiera sido que no. Ella me inculcó que tenía que estudiar, que fuera independiente y que nunca, nunca, dependiera de ningún hombre. Esa era la consigna de las madres de esa generación. Un mensaje claro y categórico que llegaba entreverado con otros igual de aplastantes que tenían que ver con la moralidad. Así era como la mayoría de las mujeres educadas en el franquismo entretejían las ideas de cambio. Con A mi generación le tocó afinar ese discurso y sumar a la bandera otras reivindicaciones como el aborto, la violencia de género, los asesinatos machistas, la desigualdad salarial, la seguridad en las calles, el acoso sexual o las violaciones, prostitución, vientres de alquiler, sostenibilidad, cuidados, medioambiente, identidades... Siempre, como ahora, hubo pioneras que supieron abrir los ojos al resto, que enseñaron a pensar y a mirar. No ha sido un camino fácil. No es un camino fácil. No será un camino fácil. Es un camino imparable.

La historia de la humanidad está llena de tendencias que se solapan y originan cambios. En el arte se estudian distintas corrientes según los años de desarrollo y esplendor.

Dos mujeres defendieron tiempos distintos en la conquista del sufragio universal de las mujeres. La batalla la ganó Clara Campoamor, frente a Victoria Kent, que apostaba por retrasar la decisión hasta formar a las mujeres y tuvieran criterio propio.

En el Renacimiento, por ejemplo, Leonardo Da Vinchi, Miguel Ángel y Rafael eran genios innovadores que no se querían nada. Rivales, con diferentes edades y estilos. Los tres marcaron el paso y fueron iniciadores de las nuevas y modernas formas de entender la pintura, la arquitectura y la escultura.

Lo mismo ocurre con la literatura. Cada movimiento aglutina a un grupo de escritores con unas características determinadas. Algunos comparten estilos, otros no. Su contribución pueden apreciarse mejor con el paso del tiempo. Conocida es la que algunos autores llaman ‘batalla de gallos’ entre Góngora y Quevedo, una rivalidad que surgió por las diferencias de sus estilos literarios. Góngora no perdía ocasión para llamar ignorante a su adversario. Quevedo no dudaba en acusar a Góngora de judío y homosexual, entonces considerado una grave ofensa. Y todo estaba motivado por los diferentes conceptos estéticos. Góngora, de más edad, complejo en la escritura. Quevedo, casi 20 años más joven, jugaba con las palabras.

Sin embargo, la ‘división’ feminista siempre se vende en negativo.