Diario de León

EL RINCÓN Fernando Jáuregui

La suerte de los portugueses...

Creado:

Actualizado:

L o voy a admitir: me da envidia Portugal. Qué suerte tienen los portugueses, me digo de cuando en cuando. Nuestro vecino celebra hoy unas elecciones marcadas por la calma y la falta de dramatismo, que son cualidades que caracterizaron siempre, aun en los momentos de aquel 25 de abril de 1974 que tuve la suerte de vivir tan de cerca, la vida política lusa. Por algo será, digo yo, que miles de españoles están trasladando su domicilio físico (y fiscal) a tierras lusas... Tengo un amigo que, a fuer de patriota, a veces se nos pasa de pesimista. Suele decir que hay que declarar la guerra a Portugal, rendirse al minuto siguiente y permitir que Portugal nos anexione, establecer la capital en Lisboa y hale, todos a vivir tan tranquilos como en el país vecino. Yo, que soy un amante de Portugal desde que acudí allí a cubrir la ‘revolución de los claveles’ —50 años se cumplen de aquello el 25 de abril—, no quiero, ni en broma, ser tan exagerado. Pero me encuadro entre quienes sueñan con llegar algún día a una especie de ‘hispalus’, algo semejante al Benelux o a otros acuerdos supranacionales: ya han comenzado a ensayar algo así entre Oporto y Galicia.

Tengo para mí que viene a dar lo mismo que ganen los conservadores de la Alianza Democrática de Luis Montenegro o los socialistas de Pedro Nuno Santos, el hombre que sucedió al carismático entonces primer ministro Antonio Costa, que, pundonoroso, se apresuró a dimitir ante una acusación, ni siquiera directa, de estar involucrado en un caso de corrupción, cosa que aún permanece dudosa. Cierto: ha habido turbulencias, siempre civilizadas a la hora del debate, pero como con sordina, al menos en comparación con la bronca permanente que caracteriza a la meseta castellana. Ganen unos u otros, la política que los portugueses llevan a cabo en las cuestiones esenciales seguirá ateniéndose puntualmente a lo que llegue desde la UE y desde el sentido común, que, al menos hasta donde yo lo he vivido allá, en Portugal suele ser, no como ocurre en otros países que yo me sé, el más común de los sentidos.

Cuando llegué a Portugal, en abril de 1974, jovencísimo e inexperto periodista, se mascaba ya el golpe incruento que los militares iban a dar para acabar con las sangrientas guerras coloniales y para acabar con la dictadura salazarista que encarnaba Marcelo Caetano. Quien pudo exiliarse tranquilamente en Brasil, sin nunca más ser molestado. Como no fue molestado el impulsor de la ‘revoluçao dos cravos’, el peculiar general con monóculo y polainas Antonio de Spínola, cuando intentó un contragolpe que quedó en nada: hoy, a Spínola se le sigue venerando como una reliquia algo vetusta cuyos restos siguen siendo respetuosamente visitados.

Pido atención a Portugal porque incluso los partidos extremistas, el comunista o Chega, cada uno por su lado, muestran un perfil templado, muy lejano a la política ‘testicular’ que se practica en España.

No quiero, claro, idealizar al vecino del oeste. Los lusos tienen la suerte de no tener conflictos territoriales ni demasiadas tensiones sociales: son una nación tranquila que no quiere vivir de glorias imperiales del pasado ni de polémicas sobre no sé qué ‘descolonizaciones’.

Hoy no creo ser el único que envidia a los portugueses, perdón por el desahogo desde aquí, en plena crispación, en pleno clima de manifestaciones en la calle, con el ‘Koldogate’ y tantas otras cosas que nos ahogan.

Me encuadro entre quienes sueñan con llegar algún día a una especie de ‘hispalus’, algo semejante al Benelux o a otros acuerdos supranacio- nales
tracking