Diario de León

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El problema suele venir porque no contrarrestamos la información, como me achacó una vez un aludido por una noticia que, en realidad, quería que no hubiese salido porque desvelaba que le habían enchufado para un empleo público; en vez de contrarrestar, al final tuvo que renunciar. Pero, en ocasiones, los contrarrestos tienen justificación suficiente porque sustentan lo que se considera un testimonio de autoridad. No hace falta que se trate de un alto cargo o un político, que suelen coincidir con los desechables, sino con protagonistas de un suceso en el que, lejos de escaquear la responsabilidad, dejan constancia de su culpa. La última vez coincidió a principios de esta semana, cuando uno de los dos detenidos por los robos en varios vehículos en Cistierna llamó por teléfono a la redacción para aclarar que sus iniciales venían mal identificadas, porque su apellido empezaba por V, no por B, y para apostillar que sí se habían llevado una cazadora, un reproductor MP3 y una cámara de caza, que encima se activó y retrató la mitad de cara de uno de ellos, pero no un saco de patata que se les atribuía. No, eso no, insistió, para que se rectificara. Ladrón sí, pero robapatatas, no, que luego eso en los pueblos se arrastra como mote familiar.

El gesto recupera una costumbre que parecía haberse perdido. En la redacción sólo lo más veteranos se acuerdan ya de otro suceso con una fuente directa. Sucedió una tarde en la que apareció en la recepción una persona un poco alterada que exigía hablar con un redactor por una noticia en la que se ponía una cosa que no era verdad. Identificada la firma, el responsable salió para atenderle. Hacía ya varios días, pero se acordaba de sobra del suceso: un atraco en una sucursal bancaria en el entorno del barrio del Crucero. El atracador, que había quedado en libertad con cargos, quería que se rectificaran los datos que había dado la Subdelegación en la nota oficial. No se había llevado dos millones de pesetas, como ponía, sino apenas 800.000. El resto se lo habrían quedado los del banco, porfió, antes de salir por la puerta del periódico con el descargo de que su versión había sido atendida. Eso sí que era contrarrestar la información. No como ahora. Los delincuentes ni siquiera necesitan apostillar sus delitos. Ya lo hace el Gobierno al poner la firma a la ley de amnistía que les absuelve.

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