Pasar el puerto
Que cruzar el Cordal siempre fue cosa peligrosa me quedó claro muchas veces. Así lo pensaba a la puerta del Ruchu, mirando por los cristales el caer cada vez más violento de la nieve. ¡Cuántas historias habré oído sobre el paso de la meseta hacia la marina asturiana! Casi siempre que paso el Puerto de Pajares, paro en este bar de carretera. Las vistas son impresionantes. Apenas uno empieza a descolgarse del puerto hacia el mar, se deja caer a la derecha para tomar un descanso y entonces le mece la peña y el vértigo al ritmo de un café que, como el puerto, es algo más que un café, es el paso de un estado a otro, pero que a la vez es el fiel de una balanza entre dos mundos tan distantes como cercanos.
Como digo, no era esta vez momento para dejarse llevar por la contemplación. Arreciaba la nieve y había que salir de ahí cuanto antes. Camino de Avilés seguía pensando en estos caminos de las montañas. Contaba mi abuelo que, hace cien años, a la altura de La Robla, había una cadena con la que se cerraba la carretera –una carretera sin asfaltar, con ese firme que con lluvia se hacía barro, pobre del carretero que va en el carro –cada vez que la nieve hacía de las suyas. Así, así era de peligroso llevar este camino. Y uno no puede dejar de imaginarse a los arrieros de los Argüeyos, subiendo y bajando, asomados los ojos entre la capa y el sombrero, para vencer estas ventiscas y hacer comercio de mar y de meseta, que las montañas siempre unieron a los pueblos en lo alto, como si buscaran en el cielo el abrazo y el apretón firme de las manos.
Parece mentira que ese infierno de nieve haya unido tanto a leoneses y asturianos. Se lo comentaba a Nicanor, amigo que vive en Asturias, a nuestra llegada a Avilés. Y es que él también ha vivido siempre entre esos dos mundos. Esperábamos para la entrada al concierto de Rodrigo Cuevas, el cantante asturiano con raíces en la Tercia leonesa. Para qué les voy a contar el repertorio, si su trabajo es cada vez más conocido. Se podrían echar aquí miles de líneas sobre su interpretación del folklore, de la cultura tradicional, sin duda. Pero esta vez me quedé con algunos de sus temas; temas de raíz asturiana o anclados en la copla o la música techno. Algunos incluso de la montaña leonesa, domésticos, grabados al calor de la tradición y la pandereta. Canciones que subían y bajaban el puerto a pesar del frío y de la nieve. Durante el concierto, también hubo momentos para otras canciones que recordaron a gente como Rambal, el agitador homosexual de Cimadevilla asesinado impunemente durante el franquismo, y a otros tantos personajes, perdedores y anónimos, que son, en realidad, los verdaderos protagonistas del folklore de todos los tiempos.
Y así salimos del concierto; con la sensación de que la cultura está hecha para ir de aquí para allá, para romper cadenas como la de la Robla y encarar difíciles puertos de montaña, para vencer obstáculos y tópicos con la energía y espontaneidad que tuvo siempre el saber popular y tradicional. También para unirnos a todos, para unirnos allá arriba, en lo alto, en torno al abrazo y el apretón templado de las manos. La noche, junto a la Ría de Avilés estaba plácida y anunciaba la primavera. A nosotros, sin embargo, nos tocaba volver a cruzar una cordillera que a esas horas, seguro, ya estaría cubierta de nieve.