La duda es saber para qué servirá la amnistía
A probada la «amnistía» en el Congreso contra viento y marea —viento huracanado del Partido Popular y marea judicial en pleamar— la pregunta crucial es saber si será posible algún día la «reconciliación». Escuchar a los portavoces del Partido Socialista y del Partido Popular inquieta porque, con amnistía o sin ella, la distancia entre los principales partidos y la agresividad dominante, condena a este país a vivir por muchos años enfrentado. Una mitad contra la otra. Una tristeza.
«Para España, será una ley será histórica y se convertirá en referente mundial», sostiene Félix Bolaños, ministro y portavoz socialista para esta refriega. Otros correligionarios, como el aragonés Lambán, o el manchego Page, y muchos más en privado, lo lamentan. «De histórica nada», advierte Cuca Gamarra, secretaria general popular. «Esta ley se valorará más dentro de unos años, al comprobar que ha sido útil», insiste Bolaños. Se vería útil desde ahora mismo si se percibiera que abre la puerta a una nueva época. Pero a los pocos minutos de su declaración, rivalizando entre sí, las portavoces de Esquerra Republicana y de Junts recordaron que, tras la amnistía, hay que ir a por el derecho de autodeterminación. Entretanto, Alberto Núñez Feijóo buscaba la complicidad del Partido Popular Europeo en esta batalla a bayoneta dialéctica calada. «Un gobierno europeo va a dejar impunes delitos gravísimos contra el corazón de la Unión Europea», dijo en el Congreso del Partido Popular Europeo reunido en Bucarest.
Con esa tensión en la política, hay una parte creciente de la opinión pública que se refugia en el escepticismo, disgustada por soportar frecuentes sesiones parlamentarias bruscas, sin atisbo de concordia ante lo más elemental. El Congreso ha entrado en una espiral de despropósitos con el el Partido Popular instalado en el «no a todo»; o los restos de Podemos alineados con la derecha para no subir el subsidio de desempleo, por fastidiar a Yolanda Díaz ; o, como sucedió hace un año, con Esquerra Republicana votando contra la reforma laboral. Lo racional desaparece ante la voluntad deliberada de dañar al adversario.
Menos mal que el país avanza, al margen del fiasco político. De nuevo, el mes de febrero registró una fuerte subida de empleo; la celebración del Mobile en Barcelona animó la recuperación empresarial; y la inversión extranjera no se detiene, aunque una buena parte prefiera aterrizar en Madrid para reducir incertidumbres.
Mientras algunas tertulias ardían contra la amnistía, y otras en Cataluña subían la apuesta independentista, en el corazón de Girona, ciudad de la que fue alcalde el president fugado, un periodista satírico, Albert Soler Bufí, de dieciséis apellidos catalanes, presentaba su libro «Puigdemont: el retorno del Vivales». Solé y Puigdemont coincidieron hace años en un diario de Girona donde el ahora político era redactor jefe. Es el tercer libro con el que Soler fustiga al independentismo ridiculizando sus liturgias. En este se incluye —casualmente en la página 155, vaya por Dios— un artículo suyo ya publicado por el que Puigdemont lo ha llevado ante los tribunales de Bélgica por erosionar su honor. «¿Apoyará Puigdemont que me alcance la amnistía por ese artículo», se preguntó. «Me pide un euro por su honor. ¿Tan poco vale». Y acto seguido recomendó que lo mejor sería que el Vivales regresara a Cataluña el domingo de Ramos, sentado en un burro, para que todo resulte mas bíblico, con independentistas recibiéndolo con palmeras. Que la ironía y la sátira nos ayuden en el calvario.