Veinte años es todo
V ivir es recordar. Para eso sirve la memoria. Sin embargo, entender lo que se vivió es otra cosa, e incluso hay quienes se obstinan en no entender nada así que pasen 20 años. Estas reflexiones, tal vez elementales, asaltan al conmemorar las matanzas de los trenes de cercanías, cuyo trágico balance en vidas humanas y sus consecuencias no pueden cerrarse en la memoria de Madrid, de España, del mundo, como se cierra un proceso judicial al prescribir el delito. Habrá, pues, que seguir recordando aquella mañana terrible eternamente, así como la avilantez de quienes crearon y cultivaron, por sucios intereses sectarios, las más diversas teorías conspirativas.
Hubo en la génesis de aquellos atentados yihadistas, sí, una conspiración, la que aquellos indeseables urdieron para segar la vida de 193 personas que se dirigían al trabajo con el sueño aún pegado a los párpados y lastimar gravemente las de otros 2.000. Unos kilos de dinamita minera obtenidos a cambio de otros tantos de hachís, hicieron el resto. Esa fue la única conspiración real, alentada por la venganza, que destrozó la existencia de tantos trabajadores y estudiantes aquella mañana fría, si bien a ésta siguieron las que en mala hora se orquestaron para eximir de toda responsabilidad al gobierno de Aznar y, de paso, deslegitimar al nuevo ejecutivo surgido de la urnas.
El bien y el mal habitan juntos, pegados, como el día y la noche, como lo bello y lo siniestro, pero aquella mañana del 11 de marzo de 2004 se desligaron absolutamente. El mal estaba, solo y nítido, en las manos de los yihadistas que depositaron las mochilas llenas de explosivo en el interior de los vagones, y quedó espantosamente visible en los cuerpos despedazados; y el bien, apenas repuesto del brutal choque, en cuantos corrieron a socorrer a las víctimas bebiéndose las lágrimas y venciendo el horror. El bien estaba en los 11 millones de españoles que, hermanados por el dolor, salieron a manifestarse a las calles contra el terror y, ya en esos primeros momentos, contra la mentira, y estaba en los miles que acudieron a donar su sangre para los heridos, y en cuantos, en fín, expresaron de un modo u otro su militancia activa en la civilidad y contra la barbarie.
Dice el tango que 20 años no es nada, y se equivoca: 20 años es todo. Por eso hay que recordarlo todo, y no olvidarlo jamás.