… agua lleva
Ya conocen el refrán, que con frecuencia encierra parte de verdad. En este sentido el recurso a los globos sonda como estrategia de comunicación crece de forma constante, aunque más sibilina. Pocos días se escapan a la estrategia, generada hábil o burdamente, según se mire, para tratar de rentabilizar el mensaje. La sequía que vivimos es aprovechada por más de uno como caldo de cultivo para abrir la espita de la necesidad de más pantanos y similares en esta provincia. Acuden, con un cuajo de tres pares, al sagrado principio de solidaridad que ni ejercen ni reclaman en otros casos. Esas mismas aguas subterráneas cantan la intención de asignar sueldos vitalicios a determinados mandatarios del asunto político patrio. Queda abierta la veda del fácil dinero público, uno de los dramas de la política española: abundan los fanáticos del interés propio y los cínicos del interés general. Que me perdonen los que se preocupan del último, aunque se nota más el ruido de los primeros, a los que deben descabalgar. Pura higiene.
Dice Vargas Llosa en su última novela, Le dedico mi silencio , que «el político que no gesticula, que prefiere la línea recta a la curva, que no abusa de las metáforas, y que no ruge o canta en vez de hablar, difícilmente llegará al corazón de los oyentes». Poco les interesa esto a los de «a la chita callando». Como en lo de los dineros unos y otros suelen ponerse de acuerdo —hay ejemplos suficientes y cercanos—, se retoma la idea del sueldo vitalicio para algunos mandatarios, léase, por ejemplo, expresidentes de comunidades autónomas, algunos de los cuales deslizan taimadamente la posibilidad de quedar pensionados con un sueldo público. Unos hablan de 68 000 euros brutos anuales, otros de 8 500 mensuales por ejercer como consejeros permanentes en sus respectivos territorios. Y en un acto de generosidad sin límites, proponer alargar su trabajo hasta los setenta y cinco años. Quizá olvidan que en la construcción de un país la ciudadanía es la que suele aportar más, con mucho menos rendimiento privilegiado. Si se abre la espita, otros muchos sectores reclamarán algo parecido, igual o superior, con la lógica lucha de rangos. Se desconocen efectos y consecuencias, pero aumentarán —en este asunto no parece haber límites— codazos, empujones y hostias a discreción. Habrá que seguir creando más oficios disparatados y metafóricos, con música de ranchera: «…mi palabra es la ley». Es el recurso que le queda al pueblo sumiso.