Amnistía y gallinas de contrabando
Van a enchironar antes al que le piratea la señal digital de los partidos del Madrí que a uno que ocupó la casa al vecino de arriba; parece un chiste, aunque resulte igual de gracioso que resulte más fácil conseguir hachís que paracetamol, un gramo de cocaína que un sobre soluble con azitromicina; traficar con armas que conseguir gallinas. Luego, que hay desafecto entre los tontos que pagan los impuestos con los listos que viven de ellos, que se mantiene como la gran línea divisoria de los dos hemisferios que marcan la diferencia en el mundo del papa Francisco. La última semana, las cosas han ido a peor para la legión de paganos, según destacó una parte de la prensa libre que aún vende más periódicos que periodistas y se atrevió a escarbar en el mondongo de la aplicación de la norma de la directiva europea; no hay marrón que se escape a esa turbina de porquería legislativa que trata de mover las piezas conforme le interesa al dueño del teatro. As galiñas de contrabando no han llegado aún al plató de los telediarios en los que hay más presentadores que en cualquier pueblo de León a esa hora tuerta fosca, en los que, por no verse, no se ve ni la tele de Pedro. Galiñas, por compasión, pide el pordiosero mientras corre la idea de que las aves de corral fundan la misma sospecha que el bala perdida que a las cuatro de la mañana va al cajero; nunca a nada bueno. Por mucho que escondan la mano, el mal ya está sembrado. Pobres paisanos de los pueblos, pobres a los que pille el ejército de urbanitas resentidos que no han encontrado apartamento en Benidorm a partir del jueves santo con una gallina en el corral. A ver si hay suficientes agentes en la comandancia de Fernández Ladreda para atender el aluvión de denuncias. Salen a subasta periodistas voluntarios para explicar cómo hay que conjugar que Puigdemont se lama como los bueyes sueltos y tú, muerto de hambre, vas a hincar la rodilla porque no le pasaste la iteuve a la C15 desde febrero. El radar sale todos los días a la calle a buscar a peligrosos delincuentes que se pasan lo de la ciudad a 30 por el arco del triunfo y los colegas amnistiados aparcan en la rotonda de Eras. Hubo un tiempo mejor; para ver goles, se esperaba a Estudio Estadio y corría la amoxicilina sin control.