Boadella, don Juan Carlos y Puigdemont
Si los planes del Gobierno se van consumando en el calendario previsto, el prófugo del maletero, Carles Puigdemont, volverá a España en loor de multitudes, mientras el rey emérito, don Juan Carlos, sigue a la espera de la benevolencia de Pedro Sánchez. Acabo de ver en el teatro Infanta Isabel de Madrid El Rey que fue , una obra de Els Joglars en la que Ramón Fontseré representa con un naturalismo portentoso a un emérito anciano, maltrecho y nostálgico en el ostracismo arábigo, intentando rememorar su patria desde un velero desvencijado y decretando los ingredientes de una paella.
En la antigua Grecia el ostracismo era el destierro al que se condenaba a los ciudadanos que se consideraba perjudiciales para la soberanía popular. La España de Sánchez no es la antigua Grecia. El peligro para la soberanía popular parece ser que es quien paró el 23-F y, el amnistiado, es el que proclamó la república ilegal en Cataluña. En buena lógica histórico-teatral, Albert Boadella debería haber construido una nueva actualización de su legendaria Ubú rei, pero dedicada a Puigdemont, como en su día lo fue al president Jordi Pujol, que le costó la cólera del régimen nacionalista catalán.
El teatro de Joglars ha sido a lo largo de sus más de cincuenta años de vida un reflejo irreverente, iconoclasta, subversivo, pero siempre festivo y con humor del acontecer nacional. Desde el franquismo más oscuro (La Torna) hasta el pujolismo asfixiante (Ubú president), la Iglesia (Columbi Lapsus) o Europa (Els virtuosos de Fontainebleau). Estos días, Albert Boadella puede que esté cortando el traje de la sátira de un personaje impagable para cualquier observador teatral de la vida política nacional. De un líder político nacionalista, flequillo hasta los ojos, huidiza la audacia y encerrado el coraje en el maletero de un coche camino de Bruselas, después de haber proclamado la república catalana durante ocho segundos.
Pero lo mejor del epigrama en pleno siglo XXI sería el papel del amnistiador, del reconciliador y sus peones clandestinos negociando borradores de la ley, con un mediador salvadoreño ejerciendo de don Tancredo en la penumbra de una habitación de hotel en Ginebra. Un grupo como Joglars caracterizado por la dura crítica al poder, a sus formas y a su manifestaciones, no puede dejar pasar la pantalla del desfile de Sánchez, Cerdán, Bolaños, Puigdemont, Boye, Nogueras, por la vida nacional. De momento, Boadella ha puesto en escena a un rey sin poder, con sus penumbras y sus brillos, sus chistes malos, su procacidad, su apego al dinero. El hombre.
Pero también, en un ejercicio de reivindicación, su perspicacia política, su valentía y su amor por la democracia como Rey.