Sánchez se deja humillar
La crónica de la actualidad política española es un relato de polarización y humillaciones. El enfrentamiento entre el Gobierno y el Partido Popular está llegando a niveles de crispación sin precedentes. El último episodio alcanza de lleno a los dos pilares del sistema parlamentario —el Senado y el Congreso— a cuenta de la Ley de Amnistía que los letrados de la Cámara Alta dictaminan que es «una reforma encubierta de la Constitución». Por eso, el Senado —el PP tiene mayoría absoluta— pedirá al Congreso la retirada de la ley. No hay precedentes de un enfrentamiento tan a cara de perro entre las dos Cámaras que componen el Parlamento Español. Pero más allá del deterioro que en términos de equilibrios institucionales acarrea esta disputa, la posición del Senado no tiene recorrido político porque a mucho tardar antes de dos meses la ley retornará al Congreso y será aprobada. Y aunque todavía hay jueces —tanto en España como en los tribunales europeos y a ellos corresponderá la última palabra acerca de la constitucionalidad de la ley—, de momento, Pedro Sánchez se habrá salido con la suya. Obligado y humillado por el chantaje al que le sometió el prófugo Carles Puigdemont para que Junts y sus siete diputados apoyaran su investidura.
La relación del presidente del Gobierno con los partidos separatistas es una historia de servidumbre que acepta las reiteradas humillaciones a las que le someten quienes sin la menor consideración ante cada una de las sucesivas concesiones que van obteniendo responden con un desplante revestido de desprecio. Al alegato de Sánchez de que la Ley de Amnistía es un «instrumento para la normalización de Cataluña», Pere Aragonés, el presidente de la Generalidad, responde exigiendo la recaudación del cien por cien de los impuestos y un referéndum de autodeterminación. Y desde Bruselas, Puigdemont reitera que su objetivo es la independencia. Y Sánchez, traga. Traga y es manso con los separatistas y se torna faltón con quien como Alberto Núñez Feijóo es el líder de un partido constitucionalista. Y todo por seguir una temporada más en La Moncloa sin gobierno posible porque —según sus propias palabras— «un Gobierno sin Presupuestos es un Gobierno que no gobierna nada». Pues en eso estamos, pero él sigue.