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P or más que el presidente de la Generalitat, Pere Aragonés, haya introducido en el debate político su propuesta de un «cupo» a la vasca para la financiación de Cataluña, no hay que engañarse, el auténtico protagonista de las elecciones en Cataluña es Carles Puigdemont. En realidad es el protagonista de la política española desde que huyó a Waterloo. El mismísimo Peré Aragones, actual jefe de la Generalitat, empalidece al lado de Puigdemont, así que imaginen el papel de Salvador Illa. Así de primeras parece que no le va a resultar fácil a Illa convertirse en Presidente de la Generalitat. Y no porque sea un mal candidato sino porque Pedro Sánchez necesita a Junts y a Esquerra para seguir siendo presidente.

Las ecuaciones para ver quién gobierna Cataluña no dan mucho de sí, o gobierno del PSC con Esquerra y los Comunes, o ya puestos con Esquerra, Comunes y Junts, o por el contrario gobierno de color independentista ya sea solo de Junts, de Esquerra y puede que añadiendo la nota de color de los «comunes». En cualquier caso todo gira alrededor de Puigdemont.

Pero volviendo al hoy, aquí y ahora, y deteniéndonos en Illa y el PSC, se les podría recordar aquel refrán de que en el pecado llevan la penitencia. Y es que desde hace décadas el PSC ha venido ejerciendo de compañero de viaje de los independentistas, contribuyendo al crecimiento de estos y con un papel subordinado.

Dicho esto, a voz de pronto y, al menos en apariencia, sería mejor para la estabilidad de Cataluña y de España que Salvador Illa pudiera ser el próximo presidente de la Generalitat, eso sí, siempre que este no tuviera que pagar una hipoteca imposible a los independentistas.

Lo que es evidente es que estas elecciones autonómicas de Cataluña no van a ser unas elecciones más, sino que su resultado va a tener peso específico también en la gobernabilidad de España, ya que las urnas van a calibrar el peso de Junts y de Esquerra respectivamente. No es lo mismo que Junts arrase a que tenga un triunfo moderado y lo mismo se puede decir respecto a Esquerra.

Desde luego la figura de Puigdemont distorsiona todo el juego electoral porque es más que evidente que Junts y Esquerra, Puigdemont y Aragonés, no se soportan aunque no tengan más remedio que hacer como que son tan amigos. Pero tanto uno como el otro combaten y se combaten por hacerse con el santo y seña del independentismo en Cataluña. Y en medio Salvador Illa, el hombre de apariencia tranquila, de discurso contenido, cuya gestión en el Ministerio de Sanidad en plena pandemia no fue precisamente de aplauso. Pero esa ya es otra historia.