TRIBUNA
Catorce pasos de Villafranca
J esús viene en la borriquilla, aclamado con fervor, alegría de los ramos de laurel con olivo y romero, estrenan ropas las villafranquinas, besos y abrazos, muchas muestras de amor.
Pronto, muy pronto, apenas ha cantado el gallo, ya se presenta la tristeza, culpa de la envidia, del odio, y del rencor. Viene de camino el dolor, el calvario y la cruz.
En mi pueblo, la Cruz Grande, el madero más duro y pesado, en brazos la llevan dos, dos nazarenos labriegos con su humilde condición.
A la Virgen de las Angustias, en carroza de flores y faroles, la bajan en procesión los Caballeros de Santiago, en silencio y devoción.
Mucho me emociona la Virgen de los Dolores, nuestra hermosa Dolorosa, con su llanto contenido y su belleza sin igual.
Impresiona Jesús Nazareno, el Ecce Homo, el Cristo atado y martirizado en la Columna, el Cristo de la Misericordia, y el Cristo yacente en la Urna de madera y cristal de la noche del Viernes Santo.
San Juanín, ha perdido su natural alegría, y ahora, nervioso y triste, sólo puede señalar con el dedo.
Verónica es humilde mujer del pueblo llano, piadosa, honesta, solidaria, servicial, con un corazón tan tierno y valiente que, superando todos los miedos, dejó impreso en su tosco pañuelo el rostro vivo, martirizado, de Jesús, el Salvador del Mundo. Este maravilloso gesto de la Verónica, su humanidad, su sensibilidad, debería servir de ejemplo imperecedero. La huella de su pañuelo es, para mí corazón, tan significativa, o más, que el de la Sábana Santa.
María Magdalena, la Magdalena, hermosa y dulce, maltratada, suspira por «el hijo del hombre», sufre, llora...
Todos tenemos que llevar nuestra cruz a cuestas, pero no todas las cruces son iguales. Los ricos epulones lucen estandartes y medallas, los pobres desafortunados van bajo las andas, ocultos con su peso.
Luego, la Virgen de la Colegiata, ya vestida de blanco, azul, dorado, y el Cristo Resucitado, su hijo, ponen punto final a una Semana Santa, Pasión de Cristo o Jesús Cristo o Jesucristo que, sin embargo, ha de seguir repitiéndose, cada día, en todos los seres humanos por los siglos de los siglos.
Catorce pasos, catorce imágenes tiene y saca en procesión la Semana Santa de Villafranca del Bierzo, la más artística, sencilla, natural.
Todavía recuerdo, con nostalgia, la emoción de mis ojos al contemplar, siendo niño, las lucecitas parpadeantes, mecidas por el suave viento, de aquellas largas hileras de conchas de caracol, animadas por el milagro del aceite y las mechas en su seno, sobre los altos corredores de madera de las humildes casas de los Tejedores, que se reflejaban en las aguas del río Burbia.
Mi madre quiso que saliera en procesión llevando a hombros una cruz, que todavía conservo. En el capirote una zarza enroscada, como corona de espinas.
De niño fui nazareno, y peregrino después. Cada vez que vuelvo a mi pueblo me gusta subir a lo más alto, a la Puerta del Perdón, al viejo cementerio. Desde aquí disfruto de tanta paz, de tan buena compañía, de tan buenas vistas que me dan ganas de quedarme para siempre. Tan alta y bien orientada está la tierra santa de mi familia y amigos que el río Burbia se divisa cerca, a sus pies, fiel y tranquilo, con su dulce pasar por Vilela, Horta, y Corullón, tres amores naturales, vírgenes, que Dios ha sembrado, al tresbolillo, como las viejas cepas de las viñas que suben y se elevan por las verdes montañas de Dragonte, Villagroy, Melezna, Viariz, Hornija, Cadafresnas, con árboles y flores como los semilleros de cebollín, de pimiento, de tomate, de colina, o de repollo de asa de cántaro.
Desde este alto cementerio de Villafranca veo el alto cementerio de Corullón y, en el medio, el hermoso semillero de casas, árboles, amigos y recuerdos. Es imposible no dejarse llevar por la nostalgia, por la inquebrantable ilusión de querer regresar y permanecer donde ha nacido y vivido el amor primigenio que me ha dado fuerza y acompañado hasta aquí, hasta el final.
Cuando me suban a lo más alto, quiero dejar la certeza de haber sentido que he sido fiel a mi forma de ser, de vivir, de querer y defender a la tierra que me reciba para darme asilo y reposo, cuando Dios quiera.
El viejo cementerio de mi pueblo y el de Corullón seguirán comunicándose a través del Burbia, de los chopos, de los prados, del cielo, de los recuerdos...
La Semana Santa de Villafranca del Bierzo es labriega. El Jardín de la Alameda es Huerto de Getsemaní, y la Colegiata Gloria de Resurrección. La Iglesia de San Francisco es el Calvario, y la de Santiago protege y bendice el destino final, nuestro Campo Santo, para descansar, sin envidias, ni egoísmos, ni difamaciones, todos en paz.
Mi nostalgia es delicada flor que apenas se marchita.
Con toda Burbialidad.