Diario de León

La liebre

Álvaro Caballero

El murmullo de León

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A la luna de Nisán le gusta la Virgen del Mercado. El primer plenilunio de la primavera se enamora cada año de la Morenica cuando la ve penar cuesta arriba de las Carbajalas con el pueblo leonés hecho un nudo entre sus brazos. Va la Antigua mecida en su luto por las calles del casco histórico, con León ya abismado en su vela, para escribir el prólogo de la historia de los diez días repetidos en los que mejor se condensa el carácter de esta ciudad beata y hereje, reconcentrada y frívola, devota y atea, piadosa de besapié y viciosa de chapas, cumplidora de la vigilia y borracha de limonadas, deuda del Nazareno y blasfema de Genarín: contradictoria siempre, hermosa y cruel.

La Semana Santa exhibe ese León que sale a verse a mediodía por si se encuentra y no se acuesta hasta que llega. El escenario da espacio para las dieciséis cofradías, muchas de ellas nacidas de la imposibilidad de que todos los egos se auparan a una vara de seise o abad. El conjunto compone un relato que no pertenece a las vanidades de los capillos descubiertos, ni a los aprovechados que buscan el reconocimiento social para medrar en sus negocios, ni a los réditos políticos que acaparan brazo de puja en la Calle Ancha para protagonizar la foto de la infamia. La esencia la guardan los miles de papones que conservan las costumbres que heredaron de sus antecesores, que meten hombro en las callejuelas más estrechas en las que no caben los aplausos porque esto no es Sevilla, que saben marcar el paso, como ese que guía la sabía horqueta del impagable bracero mayor Motorines en la Flagelación. La Semana Santa de León la representan los miles de papones de acera que esperan a la procesión en la misma esquina en la que les daba la mano su abuelo cuando eran pequeños, que hacen un gurruño con el pañuelo para morderse las lágrimas cuando pasa a su lado la Virgen de Angustias, que se asustan cuando se les acelera el pulso los aldabonazos de la Redención a la puerta de las Carbajalas, que repiten con el pie el compás del tambor heraldo del Cristo de los Balderas, que se estremecen con las carracas del oficio de tinieblas ante el tenebrario de la iglesia de Santa Marina, que sueñan con un mediodía de palomas al viento a la sombra de la Catedral en el Domingo de Resurrección... ¿Oyen ese raseo que queda tras el paso de la Morenica? Es el murmullo del pueblo de León.

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