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Seguridad y derechos humanos   
Arturo Pereira

Tiempo de Redención

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L a Semana Santa ya no es lo que era. Se ha vuelto más compleja, más diversa, más rica en matices y más universal. Lo que históricamente fue una manifestación de fe arraigada en nuestra sociedad de generación en generación, y ya van cientos de años, se ha convertido en una manifestación cultural, un reclamo turístico, sin perder la dimensión religiosa para muchas personas.

El Nuncio del Santo Padre, Monseñor Bernardito, en su pregón de la Semana Santa en Ponferrada disertó, entre otras cuestiones, sobre lo que representa en la actualidad. Teólogo, dejo una impronta de pensamiento sosegado, ponderado y meditado, como corresponde a un diplomático de la Santa Sede. La Semana Santa sigue vigente frente al argumento de que no tiene cabida en el pensamiento científico y racionalista de la sociedad actual que pretende reducirla al ámbito cultural o turístico, concluyó.

La Semana Santa tiene por epicentro a Cristo en la Cruz, la redención del hombre en definitiva. Más allá de esta realidad, todo son adheridos. Jesús entregó su vida por la salvación del hombre, este es el mensaje definitivo de la Semana de Pasión. Y queda acreditada esta solemnidad por una estética que da plasticidad al sentimiento religioso.

Estética que abarca desde una iconografía verdadero patrimonio artístico que ha configurado el sentimiento católico de la fe a lo largo de los siglos, una música profunda, sentida, hasta el orden y silencio que se guarda en las procesiones. ¿Quién no ha vibrado con las notas de la Madrugá? El redoble del tambor, tan español, tan firme que nos recuerda la fe de nuestros antepasados.

España ha llevado la Cruz a todos los rincones del mundo, ha llevado un mensaje de esperanza, de un futuro cierto, de que el hombre tiene que tener fe en sí mismo porque ha sido creado a imagen de Dios y no está solo frente a los desafíos de la vida por muy duros que estos sean. La Cruz ha creado una hermandad universal entre los seres humanos, la única que no distingue orígenes, razas o clases. Nos iguala a todos en una fe que proclama nuestra liberación de lo prosaico, de lo estéril y da motivos para vivir en plenitud todo nuestro potencial.

Especial relieve tiene pues, la Semana Santa al desplegar ante nosotros todo su significado que bien entendido debe ser motivo de alegría y esperanza tras el recogimiento y dolor. Sentimientos muy españoles que han forjado nuestro carácter contradictorio y levantisco pero, también caritativo y solidario, además de un poco indolente ante la adversidad. Quizás se deba a siglos de abandono en las manos de Dios y su divina providencia. La frase —Dios proveerá— solo pudo arraigar en corazones generosos y confiados llenos de fe.

El paso del tiempo ha creado una cultura laica que no se identifica con todo lo anterior. La Semana Santa es ocasión para tomarse unas vacaciones, para ver procesiones y en definitiva sociabilizar. Es otra opción de afrontar una misma realidad y no es criticable, porque , entre otras cosas, Jesús vino a enseñar, a ofrecer, no a imponer.

Al paso de la Cruz, esa sugerencia se hace patente entre muchos que en principio se declaran como no creyentes. Algo habrá. Y algo habrá, y creo que hay, porque todos necesitamos en algún momento de nuestra vida ser redimidos. Somos falibles y si somos sinceros con nosotros mismos la fe nos da soporte ante las tribulaciones, especialmente ante las más complicadas y que nos turban profundamente.

Quisiera tener un recuerdo especial para Jesús Tartilán, histórico del fútbol berciano e internacional. Hombre muy querido en nuestra comarca y admirado deportivamente. Lo echaremos de menos también como lector habitual de esta columna a la que tenía la generosidad de dedicarle parte de su tiempo.

La identificación con la Cruz nos permite reconciliarnos con nosotros mismos