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CORNADA DE LOBO GARCÍA TRAPIELLO

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No hay medio en este país que no nos endilgue en estas fechas el manido reportaje sobre las torrijas como obligando a comulgar con ellas so pena de cometer quebranto de dogma tradicional y, por ello, verse condenado al llanto gástrico y al crujir de dientes como los impíos en el Infierno por pecar mortalmente si no comulgan por Pascua Florida como se establece aplicando el tercer mandamiento.

Mi abuela reburdió antier en su tumba al oír a dos paisanas comentar junto a un nicho cercano el precio que han alcanzado este año las porreteras torrijas de Dios, ¡cielosanto!, ¡a cuatro euros y medio la unidad!, dijo una, ¡pues a seis las mías por llevar crema!, se escandalizaba la otra. Y mi abuela, que no conoció los euros, le rogó a su ángel de la muerte (el de la guarda se nos jubila al palmar) que se lo tradujera a pesetas, aunque ella contaba casi todo en duros: pues seis euros son mil pesetas, señora Amada... ¡¡¿mil pesetas?!!... Y de ahí le vino el mascullar su espanto... como que no cesa: ¡juasús, juasús, ánde irán a dar tantos ladrones!... Normal que la inflación suba al Gólgota.

Desde el XVI una torrija fue de siempre dulce humilde en casa justa; no deja de ser barata rebanada de pan borracha de leche semihervida con canela y limón, rebozada en huevo, frita y espolvoreada en azúcar o bautizada con miel, no más -ni menos-, aunque ahora le arriman otras propinas (vainilla, crujientes, caramelizados, almendras molidas, manzana liofilizada) para justificar el atraco, que eso es lo que es, un atraco, sentenció el corrillo. Y, si no, pruébese a comparar costes con unos «borrachines» -n’Asturies, borrachinos-, también muy de estos días como padres de la torrija que son, hechos con miga de pan viejo empapada en huevo batido, moldeados como relleno o croqueta, fritos en aceite o mantequilla y cocidos después un rato en leche, azúcar y canela hasta emborracharse. ¿Probástelos alguna vez?, le dijo Otavito a un nieto de Sócrates que se nos acercó al corro revestido de paponín pasmao. Y el imberbe le miró como las vacas al tren: yo ya llevo torrija. Pues pa ti tienes.