La licuación de Yolanda
En medio de las tormentas políticas que vivimos de continuo está pasando desapercibido algo muy palpable e irremediable que va a tener las más abruptas consecuencias en un próximo futuro: la disolución acelerada del azucarillo de ocasión de aquello que se llamó Sumar y de ese liderazgo de oropel encarnado en Yolanda Díaz. Se están licuando.
Lo uno y la otra se están yendo por el desagüe a pasos agigantados. En realidad, se ha ido ya. Sencillamente no existe. Cada letra de la sopa anda ya por su lado y unicamente se unen todos para el cocido sanchista porque es quien les da y pone los garbanzos. De ese no se irán, pero entre ellos la gresca ya es el estado habitual. Y Yolanda Díaz, un jarrón que sigue de vicepresidente pero que no tiene ya peana a la que subir. En realidad y en sus pretendidas huestes ya no manda «na de na». Podemos, sobre cuyas siglas y designación por Iglesias se aupó, la odia más que Aníbal a Roma y todos los demás, de la Colau a Compromís pasando por Andalucía y ya no digamos Galicia, que bien se lo demostró, pasan de ella como de la caca de la vaca. Los de Mas Madrid le han dado puerta y si Errejón aparenta cercanía es tan solo por una, cada vez menos, oculta intención: quitarle el sillón.
En realidad lo increíble es que Yolanda Díaz haya llegado hasta aquí. No he conocido a nadie más vacuo, delirante, insustancial, memo y traicionero en más de medio siglo ejerciendo el periodismo político. Aunque quizás y bien pensado eso pueden ser ahora consideradas «virtudes» y por ello haber logrado alcanzar tales cuotas de poder. Tal vez es que ella sea el mejor ejemplo y espejo de la estupidez intelectual generalizada, y elevada a la enésima potencia, de lo que un día fue la izquierda española. Y en ello reside la causa de su triunfo.
Pero al cabo, la absoluta vacuidad de su discurso y, aun peor, la inexistencia total de cimientos y paredes, sobre los que sustentar el sombrajo a toda prisa creado, está haciendo que como vino se lo está llevando el viento. Con un añadido, Sánchez sabe que los votos de toda esa parva van a seguir apoyándole a él, por la cuenta que les trae.
La descomposición de todo el tinglado está entrando ya en tan galopante aceleración que no es ninguna casualidad que el semienterrado Pablo Iglesias, al fin y al cabo hay que reconocerle un liderato y haber conseguido ligar el gazpacho, esté viendo hasta la posibilidad de resucitar. Lo malo es que hay muchos cadáveres y heridas desparramados a su alrededor y a lo que parece abocado todo es a que vuelvan a ser residuales. Las encuestas lo están cantando ya y el sanchismo tiene la cesta preparada para recoger a los huérfanos. De hecho los está recogiendo ya y son esos huidos con los que está compensando las graves pérdidas por el otro costado de quienes están huyendo de él.