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Fuera de Juego
Carlos Frá

La dictadura de la indiferencia

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En Sevilla, cuando terminan con la Semana Santa, se ponen a pensar en la Feria de Abril. Aquí, cuando los pasos están a buen recaudo, toca sacar a procesionar, con total pasión, el asunto Villalar.

A título personal, debo confesar que me resulta indiferente. Un año, por una casualidad familiar, me encontré un 23 de abril por tierras castellanas, concretamente en Urueña, y contemplé la tradición de extender de algún modo el Lunes de Aguas salmantino por la provincia de Valladolid. No estábamos lejos de Villalar y aquello era algo así como un estreno del buen tiempo saliendo a comer de campo. Por cierto, el asunto acabó con carreras cuando una nube aguó la bienvenida a la primavera, al más puro estilo semanasantero.

Nunca he estado en Villalar. Me merece todo el respeto una fiesta local que en principio no tiene más recorrido. Es uno de tantos fracasos colectivos frente al centralismo. En el fondo, por ahí van los tiros, con un buen lote de leoneses en primera línea de fuego, que acabaron sufriendo las represalias a manos de los que junto a Carlos I impusieron su ‘verdad’.

El recurso a Villalar como fiesta de la autonomía parece evidente a estas alturas que es un desastre. No ha servido para generar concordia. Todo lo contrario. Con los patrimonializadores habituales de cualquier bandera o pancarta, ha terminado por servir para una de tantas disputas estériles que agrietan la sociedad. Temo que nadie fuera del entorno más o menos a tiro de ballesta de Villalar le interesa algo esa celebración. Se forzaron las cosas en búsqueda de una identidad que en realidad genera a la mayoría de los ciudadanos de la autonomía el más puro desinterés.

Probablemente sería bueno repensar el asunto para no facilitar a los extremistas fórmulas para echar leña al fuego. Expandir la fiesta y su gasto por las provincias parece más propio del mal que asola tantos despachos, donde se vive cada vez más lejos de la realidad de la calle.

Hoy, 11 de abril, se cumplen cuatro años del fallecimiento de Antonio Trobajo. Y por casualidad, un compañero de mesa y mantel nos recordaba ayer que a sus seminaristas siempre les decía que un buen cura tenía en una mano el breviario y en la otra el periódico.