Diario de León

El mirador
Antonio Soler

Puigdemont, la dignidad

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El expresident lo ha dejado claro. Quien ha ocupado tan alto cargo no puede ser jefe de la oposición. La magnificencia de ese elevado empleo no debe descender a miserias como la de ser senador o representar las funciones de control al poder. El poder debe ser él. Eso o nada. De modo que quienes le voten han de saber que si no salen las cosas según su acomodo se quedarán bailando en el vacío, más o menos como se quedaron cuando el honorable —honorabilísimo deberíamos decir— proclamó la Gran y Efímera República Catalana de los Treinta Segundos.

También ha sentenciado el ínclito Carles Puigdemont que no hará campaña electoral en suelo español, porque eso de dar un mitin en Figueras para luego salir corriendo y refugiarse en Perpiñán le parece una frivolidad, «una gamberrada» ha dicho exactamente, que no cuadra con la institución que él representa. Un presidente de la Generalitat no puede andar por ahí haciendo el gamberro, se debe a una suntuosidad que es merecedora de pífanos y toques de campanas. Volverá, eso sí, para el debate de investidura en el parlamento catalán. Allí dejará constancia de cuál es su ruta política — si ha ganado las elecciones— o de su testamento político para futuras generaciones catalanas —si pierde—. Pero siempre dejando constancia de lo que él representa en la Historia.

Oyéndolo, podría pensarse que Puigdemont camina a dos palmos del suelo, que su dignidad le otorga un estado etéreo que le permite la levitación. Una dignidad que sin embargo no le impidió fugarse como un truhan acurrucado en la parte trasera de un automóvil con una manta por encima para simular que era un bulto o directamente metido en el maletero, según la fuente a la que nos queramos acoger pero que por desgracia para el actual levitador empaña hasta las trancas el pavoneo absurdo del que ahora hace gala gracias a una ley de amnistía arrancada con fórceps precisamente a la dignidad. Cuestión de gimnasia, de flexibilidad mental para manipular los hechos a gusto del consumidor. Si Adolfo Suárez se sentó humildemente en los escaños de la oposición, ni siquiera como jefe de la misma, después de haber gobernado es porque la presidencia de España no tiene el boato y la pompa de la de Cataluña. Puigdemont deja pequeño a Tarradellas. El «exilio» del que él, Puigdemont, va a volver ha sido igual de duro. Su regreso pondrá fin a un periodo, según sus propias palabras, «de gran represión». Ya conocíamos algunos de los efectos nocivos de la ley de amnistía. La manipulación y el descaro eran previsibles dada la naturaleza de los implicados. Lo de las alucinaciones no estaba previsto.

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