Realidades por un tubo
Yo siempre he sido idiota. Con el tiempo, como mucho, he aprendido a vestir mi idiotez con mejores formas, he adquirido más habilidades verbales que me ayudan a camuflarla bajo un ropaje aparentemente sofisticado, he sabido maquillarlo de referencias culturoides, he aprendido a manejar los cubiertos, pisarme el culo de la chaqueta para que no se arrugue y sonreír al entrar en los sitios. A base de impostura y maquillaje, he ido poniéndole capas al imbécil, las suficientes como para que algunos consideren mi persona suficientemente interesante como para leer mis libros, escuchar mis programas o dedicar su atención a este artículo. Cuento ahora algo que me ocurrió hace algunos años, con el imbécil aún sin maquear cuando trabajaba de disc jockey en una radio musical. Solía recibir en esa época a los representantes de las discográficas que pedían reunirse conmigo para tratar de convencerme de que pinchara sus discos. Y ahí me sentaba yo, todo Corleone, con los dedos entrelazados esperando que me convencieran, creyéndome con un poder que era poco más que agua y gelatina pero, como buen idiota, sintiéndome superior por ello. Aquel chaval de aquella discográfica desplegó sobre mi mesa varios CD, para contarme de cada uno de ellos que eran de cantantes que venían a revolucionar la historia de la música. De repente, en la baraja, descubrí uno de una folclórica y, por supuesto, no desperdicié la oportunidad de mostrarme condescendiente y, por lo tanto, chulo. Me reí de su oferta diciéndole que cómo se atrevía a traerme semejante material a mí, al rey de las novedades, al amo del cotarro musical, a aquel que, cada vez que presentaba una canción, sin duda movía conciencias y fémures, al modernito sin pendiente que lo estaba petando. Le dije claramente que no conocía a nadie que escuchase a esa cantante. El chico no sólo se sintió humillado sino que desgajó mi ego de un sablazo: «Esta señora llena más estadios y vende más discos que todos los cantantes que pusiste ayer juntos».
Y así aprendí que, efectivamente, este mundo está lleno de mundos, que la visión que tenemos es la de mirar por un tubo ni siquiera bien graduado. Lo descubres en las redes cuando ves que hay cuentas dedicadas a cosas que te son remotas que tienen miles de seguidores: las mejores lanas para jerséis de punto, amantes de las piedras, rodapiés de diseño, perfumería de nicho. Sin embargo seguimos por ahí diciendo que el mundo es o no según lo vemos por nuestro tubo, afirmando qué es lo importante y lo prescindible. Como les he dicho, yo siempre he sido idiota, pero me consuela no saberme solo.