Tradiciones inmemoriales
La celebración del Athletic fue multitudinaria y hermosa. La gabarra surcó la ría y demostró una vez más la importancia de la escenografía. Entre un barquito azul y un autobús descapotable no hay color, y la posibilidad de que algún delantero acabase en el agua añadía un electrizante plus de emoción.
Oí, sin embargo, a un comentarista desde Madrid decir que era «la celebración tradicional» del equipo y eso me sumió en un cierto estupor.
Temí que estuviéramos ante el nacimiento de una nueva y brumosa tradición inmemorial.
De los más de treinta títulos de Liga y Copa que acumula a estas alturas el Athletic, la gabarra solo ha salido a navegar por la ría en los tres últimos. El pintoresco festejo se lo inventó en 1983 un directivo, Cecilio Gerrikabeitia, que tuvo una idea arriesgada y realmente brillante.
Su incorporación al inmutable universo de lo tradicional debería recordarnos que no hay mentiras más gordas que las tradiciones inmemoriales, que suelen ser mucho más recientes y menos telúricas de lo que suponemos: la faldita escocesa se la inventó un empresario inglés en el siglo XVIII y la música celta es en realidad una fantasía delirante porque nadie sabe cómo tocaban la flauta aquellos pueblos que eran prehistóricos.
En este oficio de inventarse pasados legendarios y de borrar incómodas herencias nadie ha alcanzado mayor destreza que los nacionalistas.
El otro día, en el debate de las elecciones vascas en TVE, el socialista Andueza emplazó a la representante de Bildu, Nerea Kortajarena, a condenar la violencia de ETA.
La interpelada se quedó muda y miró a la cámara estupefacta, como una cervatilla deslumbrada por los faros de un coche.
Le faltó decir: «¿ETA? Déjeme pensar... Eso era una asociación cultural, ¿no?».