MAR DE FONDO
Molesto ruido
El ruido (o la contaminación acústica) es una problemática compleja de abordar. Es invasivo, aunque suceda en el espacio público. Atraviesa superficies y entra en la intimidad de nuestros hogares, sin pedir permiso. Es específico, ya que el cómo abordarlo depende del contexto y de sus características. Es desigual, porque no afecta a todas las personas de la misma manera, sino que depende de la realidad física, biológica y social de cada ellas o de las comunidades, como es el caso de los menores o las personas que habitan en viviendas que están mal aisladas acústicamente. Y aunque se pueda medir, es subjetivo. Un mismo nivel de decibelios puede ser un sonido soportable para una persona pero un ruido intolerable para otra, según sea la situación y el contexto.
Hoy se entienden mejor los efectos que tiene el ruido sobre la salud. Según la OMS, algunas de las consecuencias probadas son las molestias crónicas, los trastornos de sueño y las enfermedades cardiovasculares, pero ya se empieza a ver una relación entre el ruido y el deterioro cognitivo (o retraso en el desarrollo cognitivo de los niños), las enfermedades metabólicas (como diabetes), enfermedades mentales (como la depresión o la ansiedad) o incluso enfermedades más graves. En este contexto, las autoridades sanitarias deben asegurar el derecho a la salud de todas las personas, independientemente de su edad o condición económica. Entendiendo que el espacio público es un lugar de disfrute y socialización, pero esto no puede pasar a costa de la salud de las personas que habitan y residen permanentemente en los lugares más tensionados. Quizá la cultura mediterránea es propensa al sol y a la vida en la calle, la música y la verbena, pero debemos repensar la manera en la que las ciudades gestionan y facilitan estas costumbres y usos dentro de sus espacios sin que vayan en detrimento de la salud del resto de sus habitantes. Un buen tejido social se teje desde ahí, desde el bienestar (en todos los niveles) de las personas que habitan un territorio.
La propuesta
Resulta imposible callar al ruido, que a veces pasa de lo auditivo a lo visual. El primer paso lo podemos dar individualmente reduciendo la verborrea y la incontinencia oratoria en los espacios compartidos con otras personas que realizan actividades que requieren contención y concentración. Nos hemos acostumbrado al soniquete de fondo de la radio o la televisión y el silencio resulta molesto porque nos pone cara a cara con nuestros pensamientos más íntimos, nuestra realidad al desnudo a veces inquietante. Por eso propongo un juego. Apague la tele, la radio, las redes sociales y esté en silencio, despierto, en silencio, al menos media hora en pleno día, en su casa. Luego me cuenta.