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A LA ÚLTIMA
 PÍO GARCÍA

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Después de repasar cientos de gráficos y varias tesis doctorales, creo que estoy en condiciones de ofrecer una solución para acabar con el exceso de viviendas turísticas que colonizan nuestras ciudades como verdaderos ejércitos de ejemplares de mejillones tigre.

¿Y si todos los que se quejan de las viviendas turísticas no usaran jamás viviendas turísticas? Ahí tenemos un prometedor camino que podríamos explorar.

No parece del todo coherente denunciar la situación en Barcelona o en Málaga al tiempo que buscamos en Airbnb un sitio guay y baratillo para pasar una semanita en Londres.

El triunfo definitivo del capitalismo tal vez sea esta costumbre de echar la culpa de todo a lejanos contubernios mientras lo que hacemos en realidad es escurrir el bulto y nos concedemos graciosas indulgencias.

Lo mismo sucede con el turismo. A mí me encanta la coquetería de considerarme viajero, como si fuera Livingstone y el hotelazo en Kenia una choza de lugareños que comen pasta de arroz, porque eso me permite arrojar a todos los demás al pozo infecto del turisteo, especialmente si hablan a gritos, llevan sandalias con calcetines y les timan con la artesanía local.

Ese regustillo de superioridad resulta al parecer muy agradable y exculpatorio.

Les confieso que yo me estoy quitando del turismo, pero no por ningún prurito moral sino porque cada vez soy más de Sartre y creo que el infierno son los otros, sobre todo durante las vacaciones.

Cuando todo el mundo se mueve ha llegado el momento de quedarse quieto, a ver qué pasa, o al menos de comprobar que, entre Venecia y Vicenza, mucho mejor Vicenza.

Hasta que los turistas lo descubran, inunden Vicenza y sea el momento de regresar sigilosamente a asaltar la ciudad de Venecia.