No hubo «sorpasso», pero...
Los pronósticos se cumplieron: la suma de escaños conseguidos por los partidos independentistas PNV y EH Bildu es abrumadoramente mayoritaria. Sin embargo, siendo considerable el avanza de EH Bildu —la formación que encabeza Ochandiano y tutela Otegi— no ha conseguido rebasar al PNV, pero sí ser la primera fuerza en Álava y en Guipúzcoa.
Con éste resultado y descartando por improbable —no por imposible —la alianza entre los independentistas, la llave de la gobernación la tendría el PSE que consigue dos escaños más que en 2020.
El interés del escenario que arrojan las urnas es significativo. Aunque no parece que los independentistas vayan a establecer un frente que por su naturaleza evocaría el fantasma de un «proceso» a la catalana, es muy revelador el avance de EH Bildu porque siendo los testamentarios políticos de las organizaciones que históricamente arroparon a la ETA y nunca han condenado el terrorismo han sido la fuerza más votada en Álava y Guipúzcoa.
Estamos ante un fenómeno que la sociología explicaría mejor que la política. La campaña de blanqueo —por ocultación— de la historia que hay detrás de quienes dirigen realmente EH Bildu —llevaba en sus listas hasta nueve condenados por su vinculación con la ETA— ha cristalizado en un hecho tan revelador como inquietante: muchos de sus votantes o no sabían o no les ha preocupado saber los antecedentes de una coalición cuyo candidato a lehendakari a la largo de la campaña no fue capaz de reconocer que la ETA fue una banda terrorista. A esa campaña de blanqueo han contribuido y mucho los pactos de EH Bildu en Madrid con el PSOE y su apoyo a la continuidad de Pedro Sánchez en La Moncloa. La contrapartida de dichos pactos también es conocida: ventajas para los presos etarras, incluidas excarcelaciones y permisos penitenciarios y la alcaldía de Pamplona.
Habrá quien tras conocer el resultado del domingo y la previsible repetición del gobierno del PNV con el PSE, relativice lo ocurrido, pero el dato de la mayoría obtenida por la formación en Álava y Guipúzcoa. Fruto de la estrategia marcada por Arnaldo Otegi, es tan inquietante como revelador. Como en la metáfora de Marx y el «viejo topo»: avanzan y después de tantos años operando en la sombra ahora ya lo hacen en la superficie.