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Entre todos los valles del Esla, los hay majestuosos, que duermen espalda con espalda, igual que jabalíes feroces mientras tienen un ojo en vela y no ceden ventaja a los depredadores. Esos valles que se dejan ir, en un yo a Londres y tú a California de libro, en las vidas paralelas del agua que luego se hace la encontradiza en la terminal del delta internacional de Roderos, fiesta de hermanos separados al nacer. Valles del Esla es un accidente geográfico con vocación de franquicia, por si hay alguien que cree que a los listos se les aparece la Virgen mientras aportan ingresos a la cuenta infantil de la caja de ahorros. Los valles del Esla forman una comarca entre accesos sin señalizar, de tal forma que el viajero, y el lugareño, se toma el tiempo suficiente para terminar por darse cuenta de que está dentro. Les sucede a los paisanos que llevan una vida longeva de recibos de la contribución por la finca de la abuela, aquella de junto a la muria, que marca la hilera de abedules en formación de guerreros de Terracota para frenar la erosión del río, despiadado en las crecidas, pedigüeño en el estío, y les sorprende a los forasteros accidentales que soñaban con un respiro de noches al raso en los Alpes y lo encontraron ahí, después de las tabladas camino de Lois, mientras el murmullo del agua no da ni la hora. De todos los valles del Esla, hay algunos con tres cuerpos de ventaja para ser patrimonio de la humanidad, de la humanidad humana, que amanecen con vistas a las Pintas, y su corona de dos picos, mientras dejan que el relente se evapore a fuerza de que el Sol tome posición en el eje del mediodía. Hay mañanas de los inviernos de los valles del Esla más largas que cuaresmas sin el aliciente de la Resurrección. No lloréis, que los valles del Esla siguen en pie, imperturbables al capricho del hombre, a la oportunidad pasajera del negocio en las entrañas, a las prisas del apegado al que no le cabe la fortuna en la alforja. Pasa de forma estacional. Llega un iluminado y ve un paraíso para ordeñar la teta de los fondos europeos sin que quede una perra gorda en el filtro de la cohesión. No pasa nada. Mañana, puntual al final de abril, un rayo romperá el alba en la cara este del macizo de Peñacorada, en ese Himalaya adorado por la Guzpeña, que es también valle del Esla, aunque el río materno empiece por ce.