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Nubes y claros. María J. Muñiz

Lo que importa

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C omo bien se sabe, la manera más fácil de reconstruir tu árbol genealógico es meterte en política. Otra cosa es que en la tómbola de los antepasados o en la lotería de los entornos cercanos te saquen los colores en vez de las bondades, las vergüenzas en lugar de los potenciales o las irregularidades si es que las hay. Cuando se ha amasado durante demasiado tiempo el lodazal por todas y cada una de las partes que deberían proteger la garantía democrática, se diluyen los límites (del discurso político), las responsabilidades (del contubernio judicial, que ha de ser lo más sagrado porque es la base de la confianza en todo cuanto nos rodea) y la decencia en general de los estamentos democráticos sobre los que es imprescindible avanzar como sociedad y como país, todo se convierte en un gigante con pies de barro.

La cuestión es si podemos permitirnos o no el lujo del egoísmo particular de todos y cada uno de los actores de la política actual, instalados como estamos en una aparente parálisis de gestión, que se enjuga con datos y datos de cosas y cosas y fondos y fondos que aquí, a pie de calle, no se acaban de notar. Y es aquí, a pie de familias y hogares, donde se amasa la realidad de un entuerto que si deja a alguien en la cuneta no respetará siglas, ni ideología, ni programa ni estrategia.

Las urnas. esas a las que sería un drama acudir de nuevo para intentar cambiar todo, dejaron claro que a partir de ahora nada es igual. La fragmentación y las cesiones a las minorías necesarias son el escenario en el que moverse, aunque sea incómodo. Mientras esto se asimila, estamos perdiendo un torrente de oportunidades que no van a volver. Que sentencian a provincias como León a quedarse atrás para siempre, como señala el último informe sobre cohesión de la Comisión Europea. Como gritan los datos de empleo de los últimos tiempos, los más recientes de ayer mismo. O el silencio como respuesta a tantas reivindicaciones en infraestructuras, la última la Ruta de la Plata esta misma semana, que se saldan con el silencio y a otra cosa, mariposa.

El vodevil de víctimas y mamporreros de uno y otro lado, que aquí nadie puede escupir para arriba, se carga a las espaldas de una ciudadanía harta, agotada y que mira al futuro con incertidumbre. Con una sola conclusión, que ya apuntó Napoleón: haríamos un gran negocio comprando al hombre por lo que vale y vendiéndolo porque lo que él cree que vale. Y no hay excepciones a esta regla.