Le hemos fallado, capitán Keating
Ay, lo que lloramos con aquella historia de ‘El club de los poetas muertos’. Cuantísima emoción, oh capitán mi capitán, y cómo salíamos del cine prometiéndonos vivir para siempre en el ‘carpe diem’, el único sitio, pensábamos en 1989 en que realmente tenía sentido vivir. Y, probablemente aún en 1986 lo era, aquello pasaba antes de que el presente se volviese líquido, inestable, borroso y cada vez más estrecho.
Escribo esta columna, querido lector, en medio de una polémica política de esas que, mientras está, parece que van a ser importantes. En un presente que, ahora que fluye, aparenta ser generador de un antes y un después y, sin embargo, soy incapaz de predecir si existirá el cercano futuro. Tal que así nos han ido apretando los presentes que cada vez duran menos. La tertulia de las doce de la noche se despierta muerta, el restaurante visitable de hoy será un topicazo en horas, la celebridad que acapara la atención se convertirá en juguete roto cuando la siguiente celebridad brille con el doble de intensidad y, probablemente esta, dure la mitad de tiempo. En fin, la moda de la mañana será hortera a media tarde y ‘vintage’ antes de escuchar la tertulia que, bucle, mañana olerá pescado de lunes.
Por eso les interesaba que viviéramos el presente, porque es donde se corre para no perderse nada y donde no hay tiempo para pensar en que en realidad eso es lo que te habrías perdido de no estar: nada. Existe una expresión anglosajona que es Fomo (Fear Of Missing Out- Miedo a quedarse fuera) que explica de qué manera hemos retorcido el ‘carpe diem’. Ya no se trata de disfrutar, se trata de estar, de contar que estás. Es esta inquietud la que llena los conciertos de gente grabando lo que no ven y los monumentos de personas haciéndose fotos de espaldas.
Hace poco el cantante de Blur salía a un escenario repleto y se sorprendía cuando, al arrancar una estrofa en la que el público suele corear, descubría que esa gente estaba tan centrada en contar que estaba, que no estaba con él y no le contestaba. Eso sí, mañana verían los ‘likes’ en sus respectivas ‘stories’ de Instagram que era, en realidad, donde estaban, en mañana, por eso no podían estar pendientes del pobrecito de Damon Albarn.
Y así, a base de series que hay que ver rápido porque en una semana ya nadie querrá saber qué te ha parecido, de asaltos a supermercados para comprar un producto que seis días después se enmohecerá en las baldas, de ver ese vídeo de ese artista de cuya canción no recordarás el título para hacer sitio para la próxima canción del próximo artista, de leernos los libros en transversal antes de que el escaparate nos cambie las portadas, hemos ido convirtiendo las experiencias en obligaciones, como el polvo forzado de los sábados de una pareja que aún no sabe que está rota. El presente ya no existe, capitán, mi capitán, lo hemos exprimido, quitado el sentido. Pida disculpas de nuestra parte a aquellos beneméritos poetas muertos.