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P edro Sánchez, al que siempre hay que interpretar por lo que no dice, se declaró cinco días en huelga oficial para distraer a la opinión pública alegando una nueva política menos polémica, aunque para acabar confesando que todo será para lo que los más conspicuos esperaban, para que nada cambie. Por primera vez consiguió unir a todos los españoles, a unos con la esperanza puesta en su dimisión, a otros angustiados ante el temor a que les dejase en el desempleo y al resto frustrados ante el sentimiento de los sobrevivientes que se mantienen fieles al centenario partido que cada vez frustra más sus esperanzas.

Empezó calmando especulaciones sobre los días que se tomó para revitalizar sus estrategia alegando que se retiraba a reflexionar, un verbo de frecuente utilización religiosa, en lugar de pasar a la historia equivocadamente como el primer gobernante que se declaraba en huelga, olvidando que unos años atrás se le anticipó el entonces presidente de Bolivia, Siles Zuazo, que ante el caos incontrolable que existía en el país se declaró en huelga.

Las razones reales que al presidente de Gobierno le indujeron a dejar la administración pública a la intemperie no las explicó en su mensaje del lunes. Tampoco reconoció tipo alguno de error a corregir. La culpa, contra la que se rebeló, es la de los ciudadanos que se empeñan en enfangar la convivencia, es decir entre los que no piensan como él y los que le admiran y elogian, que en buena parte son los integrados en las diferentes administraciones públicas. El problema familiar que ha llevado a su mujer ante los tribunales es una contrariedad, posiblemente infundada, pero hay que reconocer que es una de esas cosas incluidas en el sueldo y el poder. Por lo tanto, se acabaron las apuestas. Sánchez tendrá que volver a enfrascarse en la amnistía a Puigdemont, con las pretensiones de un referéndum de ERC, del aumento de la recaudación de Hacienda para Cataluña o el reconocimiento como partido ejemplar de Bildu, sin olvidarse de aclarar el asunto Pegasus. Ignoro si también reflexionó con la pérdida constante de votantes y sobre el exiguo porcentaje de apoyos que concitó la convocatoria para que no se dejase vencer por la voluntad improbable de dimitir. Para una decisión tan drástica habrá tiempo. El mismo se sentenció lejos de aprovechar la oportunidad para reconciliarse con una sociedad tan variada y retomar la estabilidad destrozada. Se limitó a reforzar la política que nos divide o mejor que todo siga igual gobernando para que todo se agrave.

«Las razones reales que a Pedro Sánchez le indujeron a dejar la administración pública a la intemperie no las explicó en su mensaje»