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León en verso.   Luis Urdiales

Por todos los valles del Esla (II)

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N o deja de ser ironía que los valles del Esla terminaran por prestarle su nombre sagrado a una marca de carne picada. La declinación de todo el proceso devuelve a los políticos del soviet comunero la cuestión clave; qué fue de la gente que llenaba cada domingo siete coches de línea de Martiniano Fernández en los valles del Esla; que por mucho que traten de olvidar, no restaña el tajo que le recorre todo el torso, y envuelve el costado, igual que la culebrina del herpes abraza el contorno de la debilidad. Qué fue de aquella deportación, empujada en una de la situaciones más infames que puede acometer un país que pregona el trato en igualdad. Aquel saqueo aclaró el espacio; cerraron escuelas y le dieron intensidad a la señal de la televisión, con el repetidor de la Serna, para replicar los cachos de sombra que no alcanzaba a cubrir la peña de Sotillos, aún en trance a ese cañaveral con el que la montaña empatiza con Matadeón, el sístole en mitad del perfil del horizonte, del espejo. Nadie preguntó qué hacía falta para poner coto a la sangría, ni ofrecieron un pañuelo para el torniquete, ni para enjugar la pena del sollozo. Todos los valles del Esla, todos, sin excepción, dejaron la esquela en el poste mientras el entorno, el bosque demográfico, se replegó con el instinto heredado de los ojos que han visto tantos inviernos nacer en pleno verano, mientras el atardecer se retira a sus aposentos de la cara B del Gilbo. En ese refugio, hasta perdieron la oportunidad de reivindicarse como lugar, espacio, territorio reconocido para distinguir una noticia, una excursión. Y se dejaron, cuando a uno de tantos que vienen a la mili de la colonización, igual que los mormones del puerta a puerta por la Europa que reniega de Dios, se le ocurrió trasladar el reparto de las ediciones de los periódicos asturianos a este lado del cordal. Oriental no era por la montaña en la que se escondían los reyes magos, tal que papanoeles en Laponia, entre tanto llega la hora de adorar al salvador, como creíamos la primera vez que vimos estampado en un periódico la ocurrencia. Véte tú al alto Sil, y pones un cartel de bienvenido a la montaña occidental, a ver. No había alternativa. Vadinia, además de resultarles redicho, híbrido, les sonaba al octavo pecado capital.