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Nubes y claros María J. Muñiz

Dios sabe que no es periodista

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H ace treinta años mamá me entregó una página recortada de El País enarcando una ceja. Escribía Juan Cruz. «¿Sabes cuál es la diferencia entre Dios y un periodista? Pues que Dios sabe que no es periodista». Hoy habría que añadir que sabe además que tampoco es político. El artículo está enmarcado y ha transitado por mis despachos caseros como el catecismo que no debo olvidar.

En un ejercicio de autocrítica, hoy más vigente si cabe, cuestionaba Cruz la endogamia entre ambos colectivos (los terrenales) surgida a raíz de la muerte de Franco y sellada en el golpe de Estado de 1981. Ese pacto (o mangoneo) en defensa de la democracia «rompió las barreras que en cualquier sociedad podrían establecerse entre los que generan la información y aquellos que la reflejan». Añadía Cruz que la complicidad había servido en ciertos momentos a la convivencia, lo que no justificaba el «compadreo» reinante. Y advertía contra la «entronización del periodista como ser que atesora los derechos de la libertad de expresión por encima de los propios derechos de la sociedad entera». Y tantas cosas que hoy se antojan de preocupante actualidad.

Fruto de la explosión informativa de usar, rentabilizar y si es el caso tirar (ahí el universo digital es presuntamente incontrolable), sumado a la caldera de la polarización y la irracionalidad que se atiza sin medida y sin descanso, el escenario político-mediático es hoy un lodazal en el que los intereses de la sociedad son un cero a la izquierda. Superadas las fronteras no ya del colegueo, sino del contubernio, se manifiesta una viscosa masa enfrascada en estrategia de ventiladores y máximas ¿sin discusión?

Decía ya hace treinta años Juan Cruz que «en nuestro país las discusiones acaban con un puñetazo en la mesa: ‘Por que lo digo yo, y punto’. Y quien más alza la voz es quien más razón tiene». No es verdad. La razón se les da a los tontos y a los locos. Hay una mayoría silenciosa, que no muda. En la sociedad, y también entre los políticos y entre los periodistas. Decía Forges que los periódicos en España se hacen para que los lean los periodistas, luego los banqueros, más tarde para que el poder tiemble y, «por último y en inexistente término, para que los hojee el público». El bla, bla, bla sobre la profesión tiene mucho de ingenioso. Mas aquí sólo se engaña el que quiere. Contra eso no hay vacuna. Pero ojo, la mayoría sabe...