Gana, Salvador Illa, que te perdonamos
H ay veces en las que el periodista tiene que romper sus propias normas sagradas, tomar partido y decantarse. Sé que quienes nos etiquetan siempre encontrarán un buen motivo cuando lean esto que a continuación escribo. «Ya lo decía yo», dirán. Me lanzo a la piscina, sabiendo que nada, excepto de justificación moral de mí mismo, vale: yo votaría el domingo por Salvador Illa. No podré hacerlo, claro, porque no soy catalán, y menos aún socialista catalán. Pero Illa tiene en su haber algo evidente: es el menos malo y es incapaz de entusiasmar, pero también de enfurecer a nadie; ese es su encanto, por llamarlo de algún modo. Y es el último bastión constitucionalista que nos queda para empezar a solucionar lo que, decía Ortega y Gasset, no tiene más solución que la conllevanza: el conflicto territorial en Cataluña.
Ya sé que a usted seguramente las elecciones catalanas le importan un pito, que no entiende usted -casi nadie- el complicado y absurdo juego de tronos independentistas, que le parece surrealista una campaña electoral, que ya ha entrado en su recta final, en la que uno de los principales contendientes ni siquiera puede hacer mítines en España porque es un fugado de la justicia y, además, el enemigo público número uno del Estado. Y supongo que lo que digo de Illa le parecerá a usted una barbaridad si se piensa, y muchos lo piensan y hasta lo pensamos, que el candidato socialista es persona atada al presidente del Gobierno central, un Pedro Sánchez que lleva toda la semana protagonizando titulares tras la saga/fuga más extraña, cinco días de reflexión presuntamente motivada por el amor, que se haya conocido en los anales de la política de este país nuestro y quizá de Europa y de todo el mundo mundial.
Y, sin embargo, Illa. Me parecen un error las maniobras que desde la derecha, desde la izquierda y desde el centro se ensayan contra el ex ministro de Sanidad, que sin duda cometió errores en su gestión de la pandemia, pero entonces nadie sabía cómo se manejaba aquello, reconozcámoslo. Y nadie ha podido ni siquiera insinuar que se llevase un solo euro a su bolsillo triste. Sí, Illa tendrá que aliarse con alguna fuerza independentista -no creo, la verdad, que sea Junts, aunque con Esquerra y con los comuns de Ada Colau quizá no llegue a reunir esos sesenta y ocho escaños que necesita para gobernar-, pero él no es independentista, ni lo es su partido. Es un bastión contra el independentismo, y ya verán cómo acabará enfrentado con él. Y, si no logra los votos para acceder a la Generalitat en solitario, qué le vamos a hacer: todo antes que un Govern netamente independentista que significaría una auténtica catástrofe para España. Y para Cataluña, que es parte de España, claro.
Por supuesto que lo mejor sería un pacto transversal entre constitucionalistas, en el que entrase el Partido Popular que tiene en Alejandro Fernández un buen candidato, ‘a palos’ con Génova, que va triplicar los escaños anteriores, pero que, reconozcámoslo, tiene un peso bien escaso en la actual política catalana, y esa es una de las anomalías más serias que padecemos ante una posible gobernación nacional futura, quizá no tan lejana, de Alberto Núñez Feijoo. De momento, hay lo que hay: una Cataluña partida en dos en la que el único pegamento de ‘conllevanza’ posible es esa figura cariacontecida, quijotesca, Illa.
Me alegrará que gane, espero que tome la mejor decisión sobre sus alianzas y que retornen la sensatez, un clima de paz y la concordia al Palau de la Generalitat. Me alegrará que Junts y Puigdemont pierdan y que este último se retire, como ha prometido si no alcanza de nuevo la Generalitat, de la política. Como su antecesor Torra y como el antecesor de su antecesor, Mas. Se aclarará el panorama, se terminarán cosas surrealistas como que un candidato haga campaña desde un autoproclamado ‘exilio’ (a saber si aún no nos dará una sorpresa de cierre de campaña), volverán las cosas lógicas a la tierra de lo ilógico.
Sí, yo votaría por Illa sabiendo que lo demás es peor. Sí, también sé que Pedro Sánchez sacará pecho haciéndonos creer -un bulo más_que la victoria en realidad es suya, gracias a esas maniobras orquestales en la oscuridad que hacen de La Moncloa un laboratorio de malabares único en el mundo. Ya tendremos tiempo, porque luego vienen las europeas y luego quién sabe cuándo, pero no muy lejos, otras generales, de fajarnos con Sánchez y con todo lo demás, incluyendo la sucesión del personaje, que él niega, pero que de alguna manera ya está en marcha. Eso será a partir del 13 de mayo. Ahora, lo importante, aunque a usted le importe un rayo, es Cataluña, esa parte del territorio nacional que muchos queremos tanto. Tanto, que no la imaginamos, ni queremos hacerlo, fuera de España. Y en manos de Puigdemont, el enemigo, ya digo, del Estado, menos.