Las buenas intenciones
Contagiado por la oleada de indignación mundial y por la efusión epistolar del jefe de su Ejecutivo, el ministro de Derechos Sociales y Consumo, Pablo Bustinduy, ha enviado una carta a los empresarios que operan en Israel pidiéndoles información sobre qué medidas están tomando para no contribuir «al genocidio en curso» que está cometiendo el Estado israelí sobre el pueblo palestino. Lo mejor que se puede pensar del ministro semi anónimo es que su intención final era buena. Es decir, que al ministro le gustaría evitar más muertes civiles en el conflicto que desató Hamás en octubre (y que tiene raíces y ramificaciones mucho más hondas).
Más allá de esa buena intención, tan naif como política y diplomáticamente improcedente, cabe especular con una estrategia electoralista o de reafirmación de identidad de su grupo político, Sumar, tan desdibujado como sediento de votos. Apostar por la paz mundial y por el fin de la injusticia universal es muy loable. Pero más loable aún es crear medios por los que se pueda avanzar un milímetro en esas altas aspiraciones. Y lo que el ministro ha hecho nada tiene que ver con eso. Porque además de la injerencia en un ámbito, el de la política internacional, que no le corresponde, se suma la impertinencia de la carta.
El papel que pueden desempeñar los empresarios españoles en la paz de Oriente Medio o en el bloqueo del Gobierno israelí parece bastante inane. Más o menos como la idea de un ministro que dice hablar en representación del Gobierno español y que inmediatamente es desautorizado por la cúpula de ese Gobierno y del área competente en la materia, es decir, el Ministerio de Asuntos Exteriores. Con las buenas intenciones no se hace buena política. En general, con esa noble materia no se alcanzan grandes logros. No se escriben grandes novelas ni se construyen gloriosos monumentos. Es necesario el talento. Algo que al ministro Bustinduy no parece sobrarle. Su paso ha sido corto. Ha servido para crear un nuevo sarpullido diplomático con Israel, con sus socios de gobierno y con los empresarios. Está claro que esos tres colectivos le importan poco al ministro. Con su «requerimiento» (así lo ha calificado él mismo) a las empresas marca la diferencia de su grupo con el PSOE, recordando a los electores catalanes que Sumar existe y se habrá ganado algún corazón entre los estudiantes acampados en las universidades. Probablemente es ahí donde debería estar Bustinduy, en una de esas tiendas de campaña, donde el espíritu que impera es el de las buenas intenciones, y no ocupando una cartera ministerial que apenas puede levantar del suelo.