Diario de León

Hojas de chopo. Alfonso García

Discriminación capilar

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Ver para creer. Y mucho de lo que se ve no deja lugar a la creencia, más bien a la preocupación. Una mirada en torno a la realidad íntegra del mundo, con especial incidencia en algunas zonas, parece concluir que el ser humano es secundario en no pocos escenarios. Tracen cuantos mapas quieran. Las múltiples geografías del dolor testifican que muchos ciudadanos son ninguneados, discriminados, menospreciados, perseguidos, eliminados por sus ideas políticas, religiosas…, o simplemente por tener ideas en medio de una corriente silenciosa que prefiere cabezas planas y vacías. Es un peligro que contamina, incluso en sociedades que alardean de un profundo espíritu democrático y, sin embargo, callan tropelías, permiten infinidad de desigualdades o corean actitudes que nada tienen de ejemplares. Cuánto papel mojado se dilapida. Las hemerotecas empiezan a tener mucho moho.

Pues bien. Ahora está en alza, o parece estar según los indicios y realidades, la discriminación capilar, que tal es la referencia precisa. Y lo está hasta el punto de que algunos países cercanos están legislando, o a punto de hacerlo, sobre el asunto: parece ser que algunos, de forma especial en el mundo laboral, no soportan rastas, melenas, trenzas, cabellos pintados, ensortijados a lo afro, especialmente en mujeres de tal origen, que con frecuencia se desviven alisándolo para evitar actitudes discriminatorias… Pareciera que a la ética uniforme siguiera la uniformidad de la estética, capilar, por supuesto. De momento. Bailar en el alambre tiene sus riesgos, no siempre menores.

La realidad, aunque insólita, está ahí. Hay quien dice que solo ha hecho que empezar. ¿Empezará a ser más creíble la ficción que la realidad? Como consecuencia lógica no exenta de pesimismo —me lo apunta alguien sujeto a tal actitud, acaso síndrome—, cualquier día discriminarán a los rubios, o a los morenos, acaso a los calvos —el mismo, señalándose ufano, dice haber disputas a este respecto—, hasta es posible que a los de tupé a lo Elvis, por qué no a los engominados de escándalo, cejas incluidas.

El del síndrome del pesimismo sigue, pero ya no atiendo su larga letanía. Se acaba el espacio, y uno empieza a creer ingenuamente que las tomaduras de pelo no tienen fin.

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