El cuento de la buena pipa
Acaba Rodrigo Cortés de editar su libro ‘Cuentos telúricos’ que es, a pesar de lo que parece, un libro de cuentos. Deben ustedes creerme. Este que escribe ha estado mil veces en esas eternas reuniones editoriales en donde gente voluntariosa se esfuerza por que el libro que ha escrito el autor de turno, yo en esos casos, reciba el mejor tratamiento y tenga, por tanto, la mayor difusión posible a su salida. Te hablan ahí de estrategias de salida, de contenidos que son tendencia, de colores de portadas, de preventa y firmas, de presentaciones en lugares clave. Puedo asegurarles que una de esas verdades es: «Los libros de cuentos no funcionan».
No deja de ser intrigante que en el que los capítulos de las series cada vez duran menos y hasta los telediarios se van acortando, lo que funcione en el universo del libro es lo contrario, los enormes libros de miles de páginas con una historia tan poco asible que necesite derramarse en varios libros más para, así, generar una trilogía, con suerte una saga y, con más suerte aún, unos cuantos ‘spin off’. Sé que saben que sé de lo que les hablo.
Por eso hubiese dado una córnea gustoso por haber podido asistir a aquella reunión en la que Rodrigo les contó que su próximo proyecto literario iba a ser un ramillete de cuentos. Conozco a Rodrigo y sé que, antes de aquella reunión, su mente habría preparado infalibles argumentos a cada uno de los peros que pudieran ponérsele y, sobre todo, conozco su poca fe en las verdades talladas en piedra.
Rodrigo Cortés va construyendo una carrera tanto literaria como cinematográfica a golpe de remo contracorriente de todo lo que se supone que hay que hacer porque Rodrigo no se gasta suponiendo y prefiere, esa energía, dedicarla a dejar al alcance de nosotros obras únicas, tan hermosas como improbables, obligando con cada una de ellas a descolgar un nuevo cuadro de verdades asumidas por un montón de gente.
Si no fuera así, no tendríamos hoy en las librerías una delicia como ‘Cuentos telúricos’. La obertura de una ópera en la que las melodías se entremezclan, las palabras/notas se discordan, el humor y la ternura hacen jazz con la crudeza y el resultado es, como no podía ser de otra manera, una obra única, tan única que, como todas las de Rodrigo, todo el mundo menos él la llamaría imposible.