Diario de León
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PÍO GARCÍA

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Este fin de semana pasado hubo dos votaciones importantes y no participé en ninguna. Cataluña me pilla a 300 kilómetros y no me sentía con la preparación académica suficiente para apostar por alguien en Eurovisión.

Antes todo era más fácil y las canciones eran bonitas o preferiblemente feas, pero ahora se necesitan dos doctorados en Relaciones Internacionales para orientarse por los meandros geopolíticos del festival.

Ni siquiera me considero preparado para poder enjuiciar la participación española. La canción Zorra , que a mí me parece una frikada de petarlo en las verbenas, exige análisis semióticos a varios niveles antes de formarse una opinión.

Lamento que se haya muerto hace dos semanas el profesor Francisco Rico, justo cuando más hubiéramos necesitado que un especialista en Petrarca nos hubiese hecho una exégesis filológico-feminista de la letra de la canción que empleó Nebulossa, con su correspondiente aparato crítico y abundante bibliografía.

Como festival de la canción ligera, Cataluña me pareció este año mejor que Eurovisión. Ganó Salvador Illa, el típico ‘crooner’ de voz sedosa y gafotas a lo Dean Martin, que viste de traje, entona bien las estrofas y se mueve poco por el escenario.

También obtuvo muchos puntos, pero no los suficientes, Carles Puigdemont, muy creíble en su papel de Elvis gordo y fantasmal que ha tratado infructuosamente de revivir sus grandes éxitos con su gira A little less conversation por pintorescos pueblecitos pirenaicos. Ahora, amenaza con seguir con su cantinela.

Peor suerte ha tenido el pobre Aragonès, tal vez porque su electorado, mucho menos moderno que el de Eurovisión, no está aún preparado para un cantante no binario: ni épica ni gestión, ni autonomía ni independencia, ni carne ni pescado.

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