Diario de León

LA VELETA
Marta San Miguel

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Que la música es un arma política se sabe desde antes que existieran los cilindros de cera como soporte de grabación. Son indisociables, hasta el punto de que a veces uno se plantea si fue antes la música o el efecto que ha tenido el poder en su creación. Por ejemplo, si no fuera por la afición del rey Jorge I a navegar por el Támesis no tendríamos la Música acuática de Händel. El compositor alemán creó esas alegres piezas para que el monarca las escuchara en sus paseos por el río mientras las interpretaban cincuenta músicos sobre una barcaza que navegaba a su lado. Su éxito fue inmediato, pero cabe preguntarse qué habría compuesto de no haber tenido este encargo. ¿Uno compone lo que quiere o lo que puede? Supongo que Händel ya se hizo esta pregunta allá por 1700, la misma que se haría Shostakóvich en 1936 cuando, tras estrenar una obra en Moscú, Stalin, que estaba en el teatro, lo consideró un enemigo decadente del régimen. Así lo definió el periódico Pravda, que era como el Teletexto de los condenados a muerte o a Siberia. Contra todo pronóstico, Shostakóvich se salvó y también su familia. ¿Cómo? Dedicando todo su genio y su alma a componer música patriótica, volcada en ensalzar la supremacía obrera que marcaba el dictador. ¿Qué habría compuesto de no haber vivido bajo semejante yugo? Lo que escuchamos está íntimamente relacionado con el poder que nos rodea, aunque lo que nos rodee ya no sean regímenes absolutistas o dictaduras, al menos en Europa. Sin embargo, a la vista de lo que ha sucedido este fin de semana en Eurovisión, la relación entre la música y el poder sigue sumando capítulos. Aunque sea un festival de canciones prefabricadas y voces impulsadas por sintetizadores, con trajes más o menos ridículos y puestas en escena de las que ya se rio Chiquilicuatre, la música sigue tocando la parte blanda del alma y eso es lo que la convierte en un nutriente del poder, sobre todo si tiene una audiencia millonaria, como es el caso.

Que hayamos escuchado cantar a Israel, mientras miles de personas se manifestaban contra su participación es poder. Que la representante italiana cante por sorpresa ante la prensa ‘Imagine’ de John Lennon es poder. Que al representante de Países Bajos, Joost Kleinla, le echaran por el «comportamiento inadecuado» hacia una integrante de producción es poder. Que Irlanda no acudiera a los ensayos como presión contra Israel es poder. Que la música sonara mientras continúan los bombardeos en Palestina es poder. Que Hamas siga siendo la excusa para llamar actuación a un genocidio es poder. La música es poder, siempre lo ha sido, pero Eurovisión ha sido otra cosa.

La música es poder, que se lo digan a Shostakóvich, pero lo de este Eurovisión ha sido otra cosa
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